¡Ay madre!
Que no la mirara yo,
que por mirarla no tengo
sosiego en el corazón.
¡Ay madre!
Que no la mirara yo.
Por mi calle ella pasó
de noche, a primera hora,
y esa noche que era oscura
por gracia de su hermosura
se volvió radiante aurora.
¡Ay madre!
Que no la mirara yo.
Era garrida y gentil,
yo... la miré y ella a mí.
Y en mi corazón quedó
clavado el dardo sutil
del amor...