¡Ay mijo!... no quiero que te olvides
de este pobre viejo.
¡Ven y siéntate en mi regazo!
que aún estas piernas pobres,
pueden mover la vieja mecedora.
¡Escucha mijo esta historia!
la que pasó mucho antes
de perder la memoria.
Vivía yo, en aquel tiempo en Retalhuleu
donde antes era una Villa;
donde antes el Bolas era río
de agua cristalina.
¡Ahhh! que viejo recuerdo
Aquel… de un Reu
requetelimpio.
Fijate mijo… que los árboles
formaban bosques
y los bosques daban
aire puro.
¡Aire que no hay desde hace añales!
Pues como decía…
En ese tiempo, salía la llorona
a bañarse en el Bolas.
Juntito a mi casa,
juntito a la hamaca,
donde me mecía
en noches de calor.
Vi una vez andar a esa señora
muy cerquita de mí.
¡Ahhh! recuerdo el temor
que yo inmediatamente sentí.
¡Ay tatita y nanita!...
grité, cuando pude gritar.
Esa llorona me hizo temblar.
De un brinco bajé la hamaca,
mientras sentía una muerte
requeteflaca.
¡Y es que me sentía desmayar
con la presencia de esa mujer!
Mis piernas me temblaron
y lo mejor que pude hacer
era arrodillarme para orar.
¡Dios mío!... dije con voz
casi chillona;
líbrame de ésta
a quien le llaman
la llorona.
Que no ves que soy
joven y no quiero
morir de una forma
muy atroz.
¡Ay mis hijos decía!...
al cruzar el granero.
Allá por donde crecía
las mazorcas,
juntito a la casa
del viejo Romero.
¡Y yo! al escucharla
tan cerca;
caminé en cuclillas
hasta la puerta.
¡Vieras mijo… que la ingrata
ni por delante
ni hacía atrás
se abría!
Pareciera que ese espanto
con hecho pensado quería
que la viera llorar…
hasta que se perdiera
por un buen rato
entre el pajar.
Se abrió la puerta después
de que mis flacos pies
pudieron pararse.
¡Ay tatita!... me dije.
No solo eso se me paró
sino el corazón,
en su latir se me atrasó.
Y dentro de la casa
caí rendido
perdiendo la razón.
¡Despierta hijo mío!
me dijo mi mamita.
¿porque te has caído?
como una ranita
en un tranquilo río.
¡Abrázame nanita!
que vi a esa llorona
que tanto grita.
Más… mi madrecita,
no sé si por sabia
o por castigo
jaló mi orejita.
Que dís que con eso
se me iría el vértigo
de tanto miedo.
¡Ay nietecito!...
¡No son cuentos, ni leyendas!
¡Sino la puritita verdad!
De que anda esa chillona
llorando de tantas penas.