La mareo despiadadamente, jugando como si de configurar afluentes en el llano de lo improbable se tratase. No atiendo a suplicas, a reclamos. Ahogo su colmo en esa simplicidad artificial. Luego, la descarto como mis pensamientos, a un costado de la cocina o los insanos prejuicios. Me digno a envenenarme de presagios que no me son dados. Presagios profundos al fondo de la taza, empapados de café con leche.
Se hace mas tarde que de costumbre. Me calzo la bufanda, entierro las llaves y proclamo este el día en que no me molestaría probar mi inexistencia en este lado de la luz.