Tal vez hayan leído u oído por ahí sobre la regla de los cinco segundos. Básicamente consiste en la posibilidad de ingerir cualquier alimento que haya tenido contacto con el suelo por hasta no más de 5 segundos; de excederse este corto período, entraríamos en un riesgo de contaminación alimentaria, causada por las diferentes bacterias que se hayan en las superficies.
Bien, el otro día, acostada en mi cama mientras buscaba motivos que me impulsen a levantarme, sentí un vacío existencial que confundí con hambre, por lo que abandoné mis aposentos y me dirigí hacia la heladera. Una vez allí, comencé a inspeccionar qué podría calmar mis ansias, al menos temporalmente o lo que tarde mi metabolismo en digerirlo.
Como primera opción encontré las sobras del asado de la reunión familiar que se llevó a cabo ese día (quedando descartada por mi condición de vegetariana) y la segunda y última: alfajores caseros hechos por una amiga (deliciosos, por cierto).
Tomé la bandeja y simultáneamente comenzó el intento por desatar la cinta que me impedía revivir el sabor de esos dulces. Mientras lo hacía, tenía un prolongado contacto visual con ellos, más salivaba y mayor era mi ansiedad, hasta que finalmente tiré de la cinta con una fuerza tal que pasé a sentirme Newton, contemplando la ley de la gravedad, solo que en este caso no sería una manzana sino alfajores que no se podrían lavar. En ese momento recordé esa tan cuestionable ley de los cinco segundos y previamente a que se cumpla el final del conteo, tomé los 4 alfajores que habían caído.
Mientras terminaba de limpiar el último, bajo el juicio de mi escasa crítica visual y sentido del asco, imaginé una relación entre la regla de los cinco segundos y la sensación de malestar que tenía aquél día (como tantos otros, últimamente); me imaginé en el papel del alfajor cayendo y las bacterias esperando por mí cuando tocara el suelo y que si no había nadie para ayudarme a levantarme, quizás no en cinco segundos, pero en un corto período de tiempo, ya no podría recuperarme ni ser la misma de antes.
Esas bacterias serían representadas por mis miedos, mis frustraciones, mi mal genio; todo lo malo en mí y a mi alrededor, cubriéndome y llenándome de lo suyo hasta la putrefacción. Con ello estaba asociando mi sensación de depresión y mi falsa sensación de autonomía, que no permitía el acceso a ninguna ayuda externa. Lo cierto es que todos necesitamos ayuda en más de una ocasión; esta vez salí a buscarla, junto a la sensación de bienestar y, como también habrán leído o escuchado por ahí: "El ser humano es un ser social por naturaleza". Así que, ¿por qué empeñarnos en tratar de deshumanizarnos?