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Ebrio
Ebrio

 

Se quitó los zapatos, se aflojo la corbata, se desabotono la camisa, movió los dedos de los pies congelados aún en las calcetas, le dio el golpe a su cigarro y se miró al espejo pensando en lo que había hecho. De nada servía fingir que nada había ocurrido, era evidente que a esas horas ya habían encontrado el cadáver de quien era su novia. Lo único que quedaba hacer era pensar en una coartada que lo sacara de tal situación. Mirando a su alrededor, vio en el lugar donde se había ido a esconder. Por alguna extraña razón, la paranoia de haber cometido tal atrocidad no le permitía regresar a la escena del crimen y deshacerse de las evidencias en su contra.

No quería volverse loco con el remordimiento de no hacerse responsable por lo que había hecho, además pensaba que si encontraba una justificación creíble, el fin justificaría los medios. Era una habitación tétrica y húmeda, olía a viejo y las sabanas eran increíblemente horribles y sospechosas llenas de flores que simulaban alegrar la habitación pútrida. Entonces decidió cambiarse a la silla que estaba frente a la cama porque tenía una mesa vieja de madera y un cenicero vacío que parecían más cómodos. 

Los recuerdos cada vez se volvían más borrosos. Su novia, los gritos, el sillón, el cuchillo. Encendió nuevamente un cigarrillo, cerró de nuevo los ojos. De nuevo su novia, los gritos, los reclamos, la decepción, el desenlace y la cruel realidad. El cuerpo inerte de su novia en la habitación. El cuchillo fuera de su lugar. Por fin silencio y la calma. Y después de un rato, la realidad del suceso, había asesinado a su novia. Recordaba que se había puesto histérico mientras tomaba un vaso en la cocina, miró de nuevo la sala y el cadáver yacía en un sillón manchado por la sangre. Lo había mirado con detenimiento y lo único que lo saco de sus pensamientos fue el vaso que dejo caer inconscientemente.

Fue el sonido del vidrio estrellándose en el suelo y el agua salpicando chocando contra cualquier superficie que se le apareciera y después el silencio. Muy parecido a lo que unos minutos antes se había desarrollado en esa habitación. Abrió los ojos estupefacto de acordarse de eso. Abrió los ojos para ver si todo era una pesadilla y cuál fue su sorpresa cuando vio de nuevo con detenimiento donde estaba. El cigarro ya se había acabado y pronto tomaría otro de la cajetilla como si esto fuera a hacer que se calmara su exaltación. 

Entonces comenzó a pensar en el futuro en lugar de en el pasado. Lo primero, como ya había dicho era hacer una coartada donde él pareciera victima de tal atrocidad, un robo parecía lo más correcto y sin embargo, poco factible porque esa casa en donde habitaban parecía caja fuerte. Lo siguiente que pensó fue en una venganza, seguramente alguien podría estar en descontento con él y querría lastimarlo, y que mejor manera que hacerlo a través de quien ‘amaba’. A pesar de que la idea parecía muy buena en un principio, dándole una revisada era poco factible porque no conocía a muchas personas ahí y dudaba que alguien envidiara algo de él. Un suicidio era muy poco viable, simplemente la posición de la moribunda no denotaba suicidio y como había salido de prisa, ni siquiera había montado alguna escena que le ayudara a que esa suposición fuera posible.

Se le empezaban a acabar las opciones hasta que pensó que lo mejor sería decir que horas antes habían argumentado, que él, viendo como ella perdía la razón había decidió salir de ahí como muchas veces lo había hecho anteriormente. Y después proponer que seguramente dejo la puerta abierta dando pauta a algún ratero novato quien nervioso al encontrarla histérica no supo qué hacer y la mato. A partir de ahí dejaría que la policía se encargara saliendo invicto de tal fechoría. Sin embargo, dudaba que las cosas fueran tan fáciles. El silencio que le brindaba la habitación le parecía sospechoso. Así que se sirvió un vaso de Whisky. Whisky que había comprado justo después del improvisado asesinato.

Sirviéndose miró la hora. La policía se había tardado en llamarlo. Seguramente algún vecino chismoso debió de haber oído los gritos de la arpía con quien vivía y había hablado a la policía como otras veces anteriores había ocurrido. Era irónico como se habían desarrollado las cosas pues muchas veces las discusiones entre ambos se ponían violentas. La arpía lanzaba objetos para herirlo y el esquivándolos se carcajeaba haciendo que ella incrementara su odio hacia él. Después le gritaba cuanto lo odiaba y mientras él se encerraba a escuchar música o se salía a un bar a tomar y ver qué pasaba. Pero esta vez ella había ido demasiado lejos. Las acusaciones con las que delegaba eran sin fundamentos y el berrinche que había comenzado era demasiado como para ser aguantado. 

Eso, y el segundo vaso de Whisky lo llevo a una nueva coartada. Podía decir que había sido por defensa propia, y eso si, había evidencias que fundamentaran eso. Estaban la mayoría de las cosas tiradas en el suelo como si alguien se hubiera metido a buscar algo. Estaban los gritos de la arpía que seguramente habían sido escuchados por toda la cuadra y lo más importante, el dialogo de “Ahora si te mato, maldito desgraciado.” Que ya varias veces había usado mientras el esquivando las cosas que le lanzaba se metía al coche para irse. 

Nunca había pensado como las cosas habían llegado a ser de esa manera. Parecían felices, estaba seguro que en algún momento lo habían sido. Y no atribuía la culpa solamente a ella. Seguramente él también hacía cosas que no eran dignas, cosas que molestaban. Como aquella vez que jugando cartas termino en calzones tomando cualquier cosa con unos amigos que acaba de conocer y borracho había contestado el celular y con sinceridad había respondido la pregunta de su novia acerca de que hacía y ella le reclamaría más tarde que estaba preocupada por su desaparición nocturna, que seguramente no había quedado simplemente en ropa interior, y muchas suposiciones más de ese estilo. 

Río. Y siguió sirviendo Whisky mientras recordaba aquella vez donde término riéndose como loco por un malentendido que ella misma había causado. Lo había llevado a un bar a presumir. Lo había vestido y perfumado y lo llevaba como premio de la mano. Ahí, todos bebían impacientes esperando que el alcohol hiciera sus efectos para amenizar la noche y eso fue lo que hizo. Y su mejor amiga quien ya andaba desesperada por ser usada se le había ‘arrimado’ mientras el borracho reía. Y la novia volviéndose arpía había hecho una escena, no a ella sino a él por provocador e irrespetuoso. 

Río de nuevo pensando en que esos fueran sus recuerdos. Era triste que no pudiera pensar en nada más que eso. Ni siquiera recordaba como la conoció, lo único que recordaba ahora era el tedio que le causaba tres veces por semana cuando por pura casualidad se la encontraba. Porque eso sí, se había vuelto un experto en evitarla. Quizás ese era otro motivo por el cual ella a quien una vez quiso se volviera un fastidio. Tomó un vaso más. Qué más daba iría a la cárcel y no volvería a tomar más. Seguramente tendría que cuidarse de no ser violado ni sometido. Los reos lo odiarían, los guardias lo despreciarían y terminaría colgándose en su celda con una sabana sucia. Así que, que más daba, seguiría tomando hasta que no pudiera más. Hasta que vomitara la verdad y rogara en vano por piedad. 

Había dicho que debía de pensar en el futuro. Pero ya ebrio y filosófico sabía que no existía ninguno, así que lo que se dispuso a hacer era pensar en lo que hubiera pasado si esa arpía desgraciada no lo hubiera engatusado. Seguramente andaría como siempre pedante y altanero mirando con despecho a cualquier fémina que se le acercara, igual que ahora lo hacía. Pero de vez en cuando escogería una que se sobresaliera y la conquistaría. Seguramente eso es lo que haría. La casa sería diferente, ese asqueroso color amarillo pollo sería suplantado por uno más intenso, más vivo, o por un blanco indiferente que no le causara vomito cada vez que lo viera. Tendría un estudio lleno de instrumentos, pintaría, saldría, sería feliz. 

En ese momento y ya con media botella vacía se dio cuenta que ese era el real motivo de haberla asesinado. Era un infeliz bastardo que vivía con una arpía que no lo dejaba ser él. Le gustaba tomar, pero ella argumentaba que era malo para la salud. Fumaba, pero estaba prohibido en la casa. El estudio tenía que estar ordenado y para colmo aguantaba las criticas semanales de la suegra obesa que con aires de grandeza le decía que si continuaba así no llegaría a nada. “¡Ah, con que nada!” gritó sólo “¡jaja, nada es su hija que ya la roe la putrefacción!”

Seguía riendo. Movió la silla hacia la ventana. Sólo para deleitarse con las luces de las patrullas cuando llegaran por él. Siguió bebiendo como si fuera la última botella que bebería y se quedó dormido esperando el sonido de las sirenas. A la mañana siguiente, aún seguía borracho. Se había despertado temprano por la falta de comodidad de la silla donde se había quedado dormido esperando. Pero la cama, aún borracho, seguía pareciendo repugnante y sospechosa. Como si el que se acostara ahí, muriera repentinamente y dolorosamente, así que no quiso arriesgarse. Tomó su saco, se lo puso. Hizo el ritual de mover los dedos de los pies para ponerse sus zapatos. Tomó un cigarro de la cajetilla y salió desalineado y apestando a alcohol etílico con dirección a su casa. 

A pesar de su buena suerte, se sentía un tanto decepcionado. Sabía que ahora tendría él que reportar el crimen. Tendría que llegar a la casa y soportar el hediondo olor de la arpía que muerta lo vería juzgonamente por estar borracho. No le parecía la idea. Quería seguir tomando. Así que compró otra botella más de lo que fuera. Y camino a su casa bebió tragos amargos sabiendo lo que le esperaba. 

Y justo en ese momento donde seguramente tendría un gran porcentaje de alcohol en su sangre se dio cuenta que no le importaba lo que pasara. Nada podría hacerlo más feliz que el silencio de la muerta. Incluso imaginaba una escena paródica donde él después de llamar a la policía, se sentaría en la sala a esperar que llegaran y mientras tanto, aprovechando del silencio, le contaría uno de esos chistes que nunca quería escuchar. Le reclamaría todo lo que no dejaba que le reclamara por ella tomar la palabra.

Fumaría cigarro tras cigarro mirándola sínicamente y riéndose de vez en cuando mostrando superioridad. Por fin abriría el vino tinto que habían estado guardando para la noche de bodas y le gritaría en su cara “No arpía desgraciada, nunca me casaría contigo”. Se veía plácidamente haciendo eso y más. Cualquier cosa que nunca podía hacer para no enfadarla o más bien para no soportar una oleada de reclamos y exigencias. Incluso si le sobraba tiempo le diría estas líneas que siempre había pensado, “Nunca te engañe, pero como me hubiera gustado.” Aunque no fueran del todo verdaderas.

Disfrutaba el camino con su botella en la mano. Cuando llegó a la entrada. Saco las llaves del saco y torpemente se le cayeron. Bebió un tragó y las levantó lentamente como si el efecto del alcohol hiciera que los segundos fueran más largos. Intentó meterla en la cerradura y después de varios fallos lo logró. Miró al cielo viéndolo por última vez y metiendo la llave en la puerta de la casa pensó. “Por lo menos esta vez perra llegare y estarás callada.” Y abriendo la puerta lo primero que escuchó fueron los gritos ensordecedores de su novia. Desconcertado no sabía lo que pasaba. Incluso pensaba que desde el más allá había regresado a molestarlo. Ni siquiera había abierto la puerta. Tenía miedo de encontrarla apuñalada en el sillón, gritándole. ¿Por qué no le había cortado las cuerdas vocales?, eso si hubiera servido. 

Entonces bruscamente la puerta se abrió y la imagen que vio fue aún más tétrica de lo que se había imaginado. Ahí viva, se encontraba parada mirándolo, juzgándolo, esperando que le diera una señal para que comenzara la discusión. Tenía jaqueca, apenas si podía mantenerse de pie, estaba crudo y lo único que había deseado era silencio. Pero no fue así, la novia comenzó a dar unos gritos desesperados llenos de reclamos y protestas. Violentamente lo empujaba para encontrar reacción de él pero él estaba atónito por que estuviera viva. 

“¿Qué, no me vas a decir dónde estabas? Si apestas a alcohol, seguro te fuiste con…”
No escuchaba nada, abría y cerraba los ojos y ella no desaparecía. 
“¿No tienes nada que decirme?” le dijo vociferando. “Habla miserable, habla”
La miró de nuevo con exasperación y dijo “Carajo, pensé que te había matado y en cambio estas viva y gritando.” A continuación se metió al cuarto. Ella seguía gritando y el acostado en su cama bajo sus cobijas dijo para si mismo. “De la cárcel a esto, la cárcel. Y mañana por la noche ahora si la mato.”

 

Colaboración de Samantha
México

Escríbele

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