He buscado en los viejos muebles que desde hace años poseemos, en el ático, en el cofre donde manteníamos lo que creías importante, en toda la vieja casa; pero no encuentro lo que busco, lo necesito y aun después de tanto esfuerzo, no está. Lo que deseo encontrar no recuerdo, es preciado y debí guardarlo donde sólo yo lo pueda encontrar.
Recuerdo el día que nos casamos, la casa fue casi un regalo de tus superiores en el banco que, al contrario del actuar regular, no fue subastada y nos fue dada por un bajo precio, todavía en buenas condiciones. Pero aunque pasamos muy buenos momentos en cada rincón, pronto descubrí que no había un lugar seguro en casa.
Entonces decidí que enterraría en un lugar del patio, a unos pasos de la puerta de vidrio, cerca de tu jardín, donde nadie más que yo lo pudiera encontrar; esos objetos valiosos e innecesarios del momento, los cuales, protegidos cuidadosamente de las adversidades de la tierra y el tiempo, pudiera recuperar como si por primera vez fueran a mis ojos mostrados. Desenterrarlos cuando fuera necesario y que de nuevo su belleza me fuera revelada en su utilidad. Allí debe estar lo que busco.
Antes de recordar dónde están los instrumentos para liberar lo oculto, me llega el sonido de golpes en la puerta. Siendo una hora inadecuada para las visitas, y ya que todos mis conocidos saben que no respondo bien a las llamadas a tales horas extrañas, me dirijo inmediatamente a conocer qué asunto urgente traen a mi hogar. Al abrir, una luz que nace de la calle hace que sólo una silueta resalte. La buscan a ella, no ha acudido a las reuniones con sus amigas desde hace ya varios días. Cierro dando las gracias, no hay razón para preocuparse. Ella está conmigo, esta dentro, la estoy buscando, está -la guardé- donde mis objetos mas preciados están, donde nadie más que yo la pueda encontrar.
Colaboración de Antonio V. Díaz
Colombia