Me pregunto cómo es que alguien puede lastimarme así. Tan intensamente, provocando una angustia tan profunda, indescriptible. Indeseable hasta para el peor de los enemigos.
Así me siento. Y me pregunto cómo para tratar de encontrar desde la razón la respuesta a este sufrimiento. Creo en la inteligencia como mecanismo para sortear tan profundo malestar, de lo contrario, estaría perdido desde el vamos. No quiero resultar demasiado obvio, pero siento tanto dolor porque aún sigo sintiendo un profundo amor. Pero los sentimientos no se compensan y el amor es el pilar fundamental de tanta angustia. Es una relación de causa efecto.
Es necesario agregar que el caso que me ocupa es un amor no correspondido, aunque al día de hoy aun no logro comprender porque, situación que se torna desesperante. Transcurren horas, días, semanas, meses. Pasaron años. Y no puedo sacarla de mi corazón. Lo curioso es que ella aparece, con mayor o menor intensidad, pero nunca se ausenta definitivamente. Muchas veces le dije lo que siento. Tiene cierto cinismo su comportamiento. Me pregunto qué pasa por la cabeza de una persona a la que uno le expresa tanto amor y sabiendo que no es reciproco vuelve una y otra vez. Pienso que el amor que le brindo es una cobija, un refugio, un espacio de ternura sincera, es natural, inocente y profundo.
Y aunque busca reciprocidad se conforma con su compañía. La contrapartida está en el costo tan extremadamente alto que tiene para mí, el pecho presiona, intenta rozar la espalda, hace años que no sonrío ni tengo más de un breve instante de felicidad. Triste aunque totalmente cierto. No importa cuántos motivos uno tenga para estar bien, aunque parezca extremadamente egoísta existiendo tantos verdaderos problemas en el mundo. El beso que no nos damos es una pandemia, que opaca cualquier oportunidad de estar feliz aunque sea por un segundo. Escribo estas líneas después de haber estallado en llanto, tocando fondo de dolor, impotente de saber que la angustia será persistente. Parece no tener fin.
Como una expresión de deseo apelo a la inteligencia de todos aquellos que se sientan identificados por algo de lo que dice aquí, con la única certeza de que persistir en tal circunstancia es una apuesta a perdedor. Lo digo con más de una década -sí, más de diez años- de dolor y habiendo perdido el amor profundo de otra persona que fue en esos más de diez años un breve y único paréntesis de felicidad.
Colaboración de Enrique Z. O.
Argentina