Oh Dios, mi Dios, creador de todo cuanto existe,
quiero que escuches directamente hoy mis intenciones.
Hay mucha gente buena en el mundo.
Gente que sufre. Gente buena.
Cuántas veces paso a su lado sin saberlo.
Me dirijo a ti, aunque me conoces mejor que yo a mí mismo,
para pedirte fuerza para todos ellos, mis hermanos y hermanas.
Ellos son maravillosos. Buenos.
En especial te pido por aquellos a quienes algún día pude echar una mano
y no fui valiente.
Sé que hay niñas maravillosas que fallecieron a edad temprana.
Eran preciosas. Y hoy están contigo, en el Paraíso.
Fueron mártires en vida.
No consiguieron lo que muchos consiguen y que persiguen hasta el fin.
Porque al fin y al cabo todos luchamos por algo. Si no la vida no tiene sentido.
Esas niñas y niños fueron directos a tu Reino,
aunque no consiguieron lo que en vida pudieron.
Quizá yo, sin saberlo, entorpecí sus caminos. Y se lo puse más difícil.
Esas personas maravillosas,
que fallecieron temprano, que eran sencillas y
que no pudieron con la vida. O que la vida no pudo con ellas.
Eran demasiado maravillosas para los ajetreos de la vida. Para las pruebas.
No es que no estuvieran preparadas para la vida. Sencillamente,
se fueron pronto. Dejando su huella.
Quiero que sepas, Dios, que sé que esas personas eran maravillosas.
Que puedo sentir su sencillez y cómo se abandonaron a ella. Y por ello,
quizá las llamaste.
Pido fuerza, mucha fuerza para todas las personas que están
pasando malos momentos. Da igual la edad. Mucha fuerza para ellos. Dásela.
Pido que no haya tanto sufrimiento. Que las personas sanen y
sean felices. Todos ellos son hermanos y hermanas mías y les deseo
lo mejor. Alguien no
puede saber qué es lo que está pasando cada persona. Sólo tú, Dios celestial,
creador de todo cuanto existe.
Quizás alguien no les ha reconocido nunca sus méritos. Su bondad. Pero tú que estás
en todo y en todos lo reconoces cada día. Aunque no lo expreses. Porque no hace falta.