En la calle de árboles
jamás se oyó
un roce mínimo de alamedas.
Se pasea el asfalto sin cadena
sin ataduras
sobre la alfombra
Pies esclavos,
Vía Apis, camino de moliendas.
Demolidos
pedestres pies
en La huella de la senda.
La senda
es sombra de gemidos
ahí camina la hacienda.
La oficina es la condena
la luna cómo el círculo
proyecta canastos de mimbre
al cordón de la vereda.
La sangre explota sin estirpe
se apagan luces del vínculo
en avenidas desérticas.
Sólo cartones
en la alta iglesia del obispo
descienden a la
torre del ministro
La tarde trae prédicas
de misa,
caótica locura
en el camino de la cornisa.
Antes que entre el cura
penetra negra brisa
La noche empolva
sus mejillas.
Se derrumban
al cemento de la broza
y ya no brilla
la calle.
No hay verso ni prosa
que la erija
Se apagó el alma nocturna
en opacas cruces de estrellas,
pérfida melancolía
la inscripta taciturna.
Amarrada de brazos, ilusa,
martilló el escombro
en atómicos pedazos.
Colaboración de Ricardo Álvarez
Argentina