Él no se explica cómo es que ha pasado esto. Será la falta de razón, será la soledad, será la pasión, o simplemente será que está con este idiota -señalando al corazón- En todo caso ha dado el primer paso de su perdición y ahora está condenado a la insufrible espera de una vaga respuesta que satisfaga sus deseos o los destruya, sea cual sea el caso. Pero no llega y eso le desespera, como loco busca distraer su mente, alejarla de todos esos pensamientos que convergen en ella, su amada, su ilusión. Una desesperanza que clama a gritos por ser encontrada, un amor que aparte de imposible es improbable, una mirada que le está prohibida, porque la sangre llama a la sangre, pero no a esos niveles.
Y helo aquí, tan sumido, tan perdido, tan cansado de pensar que su cabeza ya no le da para más. No quiere pensar, pero no puede evitar pensar en ella, quiere sacarla de su mente, pero más que todo, quiere sacarla de su corazón. Qué estará pensando ella, habrá leído la carta y habrá pensando: “Qué ridículo es él, o más bien estará pensando, que romántico es él”. Da igual, no sirve de nada pensar por ella, ni en ella. Lo único que sirve ahora es ahogar el sentimiento, con la esperanza que sepa nadar, porque él está lleno de contradicciones, cada una más fuerte que la anterior.
Que dolorosa es la espera, ya no aguanta más, desea salir corriendo y perderse en la inmensidad de la tierra, ser un don nadie, un desconocido, ser y la a vez no ser -maldita contradicción- pero no puede, o no quiere, o no sabe cómo hacerlo. En todo caso está condenado a esperar hasta que su respuesta llegue, quizá sea seca, como un simple gracias, como cuando uno hace una obra de beneficencia, quizá venga adornada con el hermoso - tenemos que hablar- y quede paralizado, porque entre nosotros, él es bueno para perder el control, después de predicar que tan bien es capaz de mantenerlo. Quizá nunca llegue esa respuesta y tenga que vivir en la incertidumbre, porque si lo conozco bien, aunque pregunté no será capaz de asimilar la respuesta.
Pobre hombre, no le deseo a nadie ser como él, a veces tan patético, a veces tan ilustre, una mezcla extraña de pasión con generosidad, que lo hacen, en el mejor de los casos un remedo de hombre. Y vuelve a la carga, no soporta la incertidumbre y aparece de nuevo, con miedo a escribir, esperará prudentemente, porque esto ya no es cuestión de paciencia - porque ya no la tiene - a que ella conteste, escriba algo que le haga volver el alma al cuerpo o termine de arrebatársela. Esperará con desespero, pues no hay nada en este mundo que más duela y carcoma el alma que la falsa esperanza, aun así no tiene otra opción.
Quisiera darle un consejo a mi amigo, pero no escucha, está tan metido en su situación que sólo piensa en ella. Hombre no piense más, mire que se le va a secar el cerebro. Mejor distráigase, lea un libro, escuche música, duérmase o vea televisión, cualquier cosa es mejor que sentarse a mirar sesudamente el momento en que ella le escriba. Pero no me escucha, tan absorto en su mundo, ese pequeño mundo que le atrapa y le hace dudar de todo, que le robe su fuerza y lo obliga a permanecer, a mirar, mientras es torturado constantemente por imágenes de lo que puede y lo que debe ser.
Realmente no sé qué hacer con él, ha perdido su razón, obviamente la recuperará, pero se tomará su tiempo y ese fantasma lo perseguirá durante mucho tiempo, atormentando sus sueños, porque eso sí, para soñar nadie le gana, aunque sean sueños tristes, según me ha contado, todos sus sueños terminan en soledad, nunca ha podido soñar un final feliz, le cuesta trabajo hacerlo, porque para él, la felicidad es sólo la puerta a la traición, cuando descubre el corazón y lo hace tan vulnerable como un recién nacido, parafrasea cosas como - la felicidad implica que la persona sólo necesita un cuchillo más pequeño para lastimarte- aun así cree en ella - otra vez esas contradicciones -ya no sabe qué hacer, su mente se ha calmado, resignado más bien, parece que algo le roba la atención, es la triste realidad, si hay algo que lo haga despertar de ese letargo es la tristeza de la realidad, que conoce muy bien y entonces pasa de un nerviosismo insoportable a una depresión incalculable.
Hombre, sonría, vea que no todo tiene por qué ser tan oscuro, hay cosas que valen la pena, pero él dice, el destino de toda alma es la soledad. Carajo si es terco, aun así trata de dar lo mejor de sí, que no es mucho pero es algo. A lo último se le escucha decir: Ya para mis huesos, cuando yo me muera, tal vez lo más blando será el ataúd. En las lejanías. Bella canción de Olimpo Cárdenas, que ahora sirve a este hombre para que vuelva a su cuna y desde allí comience de nuevo aquella danza, la danza de su vida.
Colaboración de Joel Quintero
Colombia