Ante un mundo de salitre y polvo,
tentado a menudo por navajas rojas
la poca escritura que comprendo
firma en mi piel y esa herida
como un traje de flama me recubre;
ardiendo sin extinguirse, busco el agua
ausente de tus ojos, son de roca;
hasta el vaso con tu ponzoña acepto
de tu cuerpo como pozo sin salida:
Laberinto de espejos que repiten
miradas de un sediento, laberinto
que me vuelve al punto de partida,
me conduce invidente de la mano
haca el centro de tu cáliz, te detienes
con el filo de un puñal amenazante
que me amaga, me despuebla y me vacía;
uno a uno me arranca lo que tengo
hasta hacerme olvidar que soy humano
por la bestia que me vuelves en tu sangre.
Del tiempo subo y bajo los peldaños,
regreso adonde inicié y allí mi rostro
de salvaje se suaviza y me condena.
Colaboración de Rubencito
Panamá