Dices que te conozco,
y tu risa diáfana se deja escuchar,
y tienes razón yo te conozco.
Pero a pesar de tus certezas
te contestaré con una máxima:
“engañoso es el corazón del hombre,
¿quién lo conocerá?”.
Oh mi amada,
indócil muchacha del suburbio,
espíritu lúbrico, sangre caliente,
insegura y vacilante en tus afectos,
deseosa de agradar…
Sí, mi amor, yo te conozco
pues conmigo huyeron tus pudores,
Y te muestras como eres sin tapujos.
Te preguntaste por asomo,
¿Qué espero yo de ti?
Verte como una niña dependiente y demandante
o ver en ti a la mujer cabal,
pletórica de deseos.
No veas en mí al asexuado padre que desearías,
más bien al hombre que aparte del consejo dado con generosidad
puede brindarte, ¿por qué no?,
algo que otros te negaron
tomando de ti para sí tus gentilezas.
Colaboración de Mefistófeles
Argentina