Entre cruces y olvidos,
despertaba el alma floreciendo
a una aurora nueva:
Mi frente... Contenida
y en mis pechos la savia,
casi tan dulce como el milagro,
me engrandecía...
Pero una noche la muerte
asomó sus ojos fríos
por la ventana abierta
y sin pesar alguno,
sacudió mi vientre tibio
y mi alma en su oscuro vendaval...
con implacable fuerza.
Y me robó los días,
aquellos que sospechaba dulces,
tiernos como el pan.
Me robó los días,
aquellos que Dios me había prometido...
y me quitó del sueño
antes del primer aliento.
Hoy mi pecho
va sangrando amargo el alimento,
ya sin hambre ni dueño...
Y una vez más se condensa el aire
en mis pulmones,
ahogándome de ausencia,
partiendo las horas en oscuras hebras
de mi silencio.
Colaboración de Eliana Benítez
Uruguay