Tengo el corazón en la palma de una mano blanca,
mis versos son como fuente de agua cristalina;
me extasía el gorjeo de un ave cantarina
que despierta en la aurora los ensueños de mi alma
Hoy brota en mi poesía lo mejor de mí.
Me siento con la sabiduría de un anciano octogenario,
las estrofas se me derraman como un rosario
que va de mano en mano hasta llegar a ti.
Siento la candidez de un muchacho puritano,
la vida me parece de un color ámbar azulado;
me enternecen las nostalgias del pasado:
una casita blanca, mis padres, mis hermanos.
Tantos recuerdos vienen a mi memoria,
evocaciones de un pasado más dulce que amargo,
hoy que la vida se me hace un sendero largo,
me acuerdo de ti, del ayer, de nuestra historia.
Recuerdos de mi primera cartilla abecedario,
de un padre severo encaminándome en la vida;
recuerdo de la gente de aquel vecindario:
el viejo Gilbe, la vieja Tula, Kike y Miriam,
mis libros mis canicas, recortes de un periódico viejo;
mi carrito de madera, mi bola de caucho, mis recuerdos
Las cosas de mi madre metidas en un baúl viejo,
mi vida, mi pasado, mis hermanos que se ausentaron.
Recuerdos de mi mochila escolar, de mi alcancía,
de mi viejo perro Trosky, de René, Walter, Luzma y Lía;
de Carmen, Icha, Yoya, de papá, mamá y de tía.
De mis raíces, de mi pueblo, de la gente mía.
Mis amigos de los juegos de la infancia:
Tebo, el gringo, Yiya, Simón, Darinel y Rafita,
Pacho, Álvaro, Oscarito, Beto, Nicho y Anita
Pito el amigo que se fue escapando al alba.
Las noches claras de luna con su gajo de luceros,
cuando yo te visitaba en la hacienda Centenario,
contando los días de aquel calendario,
en cada uno subrayaba la palabra "te quiero"
mi mirada te decía el sentir de mi ambrosía,
bajo las palmeras que brillaban al trasluz;
sin embargo lo más hermoso eras tú,
Sayi, ¡amor de mis amores, reina mía!
Las fiestas de mi pueblo engalanadas de folklor,
con vaca loca, corralejas, música y fandango;
los castillos pirotécnicos impregnados con olor
a pólvora quemada en una noche de relajo.
Las casuchas de madera casi al final del pueblo,
reflejando la miseria de aquella gente buena;
el carnaval, las reinas, los negritos, las cadenas,
los disfraces, un gallo enterrado en el suelo.
Caminos de pueblo, caminos de absoluta pobreza,
recovecos que conducen hacia claros de ignorancia.
Caminos torcidos, enderezados, caminos de la infancia,
senderos de gente buena con un sino de nobleza.
Hoy miro los adoquines modernos de la plaza principal
y pienso que este no es mi mundo, ni mi tiempo, ni mi espacio;
añoro en silencio esos tiempos tan lejanos
cuando en las polvaredas del parque solía retozar.
Hoy miro la senda distinta a la de aquellos días,
cuando la gente saludaba con una sonrisa en los labios;
en la iglesia, la presencia de Dios por doquier se sentía,
enmarcada por el vuelo de palomas alrededor del atrio.
Un nudo en la garganta me causa el cruel olvido,
de los seres queridos que hoy ya se han ido
en esta soledad de ausencia siento frío,
ven, siéntate a mi lado, Sayi ¡y nunca te vayas, amor mío!
Colaboración de Antonin
Colombia