Para la Iglesia de la primera época, las palabras de la Biblia eran palabras de sanación. Y los monjes de esta época se han dado cuenta que las personas pueden enfermarse por las palabras.
Una vez acompañé a alguien que en todo lo que se le quería hacer en cuanto a terapias decía: no puedo, no, no me sirve. Y le dije: tus palabras son las que te hacen enfermar.
Muchas personas que tienen temores profundizan aún su temor por palabras como: “tengo miedo”, “no puedo”, “¿qué pensarán los demás de mí?”. Este temor, este miedo, es algo que confrontan los monjes con unas palabras de la Biblia: “el Señor está dentro de mí, yo no tengo temor; ¿qué me pueden hacer los seres humanos?”.
El segundo lugar donde podemos experimentar la sanación es la oración. Ningún evangelista ha escrito tanto sobre la oración de Jesús como Lucas. Jesús ora antes de cualquier decisión importante. Jesús reza cuando hay las tentaciones, Jesús reza antes de la pasión, incluso reza en la cruz.
La oración le ayuda a superar la pasión. Lucas, al describir a Jesús orando, siempre nos tiene a nosotros como cristianos en la mira. La oración es el lugar donde nos adentramos al modo de pensar de Jesús; donde nos llena su espíritu, donde experimentamos la fuerza sanadora de Jesús que cura nuestras heridas.
Si en la oración le elevamos nuestra verdad a Dios, entonces podemos liberarnos de patrones de vida neuróticos. Nuestras enfermedades físicas también podrán ser curadas. No obstante, la oración no es garantía alguna. A final de cuentas siempre se trata de que se haga la voluntad de Dios.
En la oración nos damos cuenta de cuáles son las raíces de nuestras enfermedades. Y si las elevamos a Dios, se puede dar la sanación a profundidad.
La oración es distinta a la terapia, aunque tiene efecto terapéutico. El objetivo de la oración es que dentro de mí descubra yo el espacio en el cual Dios reside dentro de mí, allá donde reside Dios, dentro de mí, estoy sano, estoy entero. Y en este espacio interno del silencio, las personas con sus juicios, con sus expectativas, no tienen acceso.
Tampoco mis opiniones negativas, mis miedos, mis sentimientos de culpa, tampoco tienen acceso.
Les comparto algunos ejemplos de esto. En el tiempo del adviento, se trata de que entremos en contacto con nuestra añoranza interior.
En la época actual hay muchas adicciones: numerosas personas sufren anorexia, drogadicción, o adicción al juego o al trabajo. La adicción siempre es por una añoranza que no quisimos reconocer.
Hace unos años, un médico de una clínica de Suiza me invitó a impartir una conferencia sobre adicciones y a hacer una ponencia sobre convertir la adicción en añoranza. El había visto que la adicción no sólo se podía combatir con disciplina o terapia de comportamiento; sino sólo si se vuelve a convertir en añoranza.
La añoranza es la búsqueda de Dios en nuestra vida. En la añoranza, Dios dejó su rastro en mi corazón. Y si entro en contacto con la añoranza, puedo decir que sí a mi vida, a mi mediocridad, porque ni la vida, ni el trabajo, ni las relaciones tienen esa carga de tener que cumplir con mis expectativas de mi añoranza.
Únicamente Dios mismo puede cumplir esta añoranza. Si sé que en mí hay algo que está más allá de este mundo, entonces puedo aceptar mi propia fragilidad, mi mediocridad.
La Navidad no es sólo una fiesta mística, sino a la vez es una fiesta terapéutica. Celebramos el nacimiento de Dios también en nuestra alma.
Muchos se enferman porque son guiados por alguna ilusión, algún espejismo; y no por la vida que ellos son en realidad. El Papa León el Grande, dijo que en la Navidad celebramos nuestro propio inicio. Eso también es algo terapéutico.
No nos determina nuestro pasado, nuestras heridas del pasado; sino
que siempre podemos empezar de nuevo, porque Dios celebra un nuevo inicio
con nosotros.
Autor: Anselm Grün