Tumbado en el frío piso de concreto de algun suburbio perdido, saco de mi bolsillo un par de cigarrillos y mi encendedor,puesto que en medio de mi soledad es lo mas placentero y puro a disfrutar para un alma tan acomplejada como lo es la mía.
Miro la luna y pienso en ella,pienso en ellos y en aquellos,que aunque todos son piezas importantes en mi vida,yo realmente me sentía sumamente solo.
En ese momento solo eramos los tres de siempre,es decir,yo,una cajetilla de 44.50 y mi amado encendedor.Admirando un mar de estrellas flotanto en las calmadas y obscuras aguas del espacio profundo.
Un par de caladas sabor cereza,una suculenta tentación regalo de la mismísima muerte.Hundido ante la infinidad el humo se desvanecía lentamente, adornando y contrastando con la grata presencia de la obscuridad nocturna que bailaba con la tenue luz que me permitía ver esas magníficas visiones.
La felicidad era una especulación,el amor una mentira,el sexo una cruel necesidad,el afecto un mal necesario y los vicios un mal innecesario.
En esa noche la felicidad,el amor,el afecto y los vicios cobraron forma y se fusionaron para bailar una melodía universal,el silencio mismo,un silencio que tomaba de la mano a la luz y a las distintas tonalidades del negro que formaban la tela nocturna a la que llamamos ''espacio'' mientras yo con asombro y satisfacción los veía bailar.
El hecho de fumar y dejarme llevar por mi humanidad quizás era un pecado,pero yo diría que el hecho de admirar la belleza de la creación y sentirme afortunado por ver dichas escenas,era la absolución para mi alma.