En tiempos de independencia
Cuando mi abuelo era joven,
se enamoró de una dama
de clase alta,
Que se llamaba Cecilia
Al verla bajar del carruaje,
el la miró, y desde ese momento
Cupido flechó su corazón.
Con la suave voz
de Cecilia,
entró él, en razón.
Limpió sus manos
en su viejo traje
y con un beso en su mano
la saludó, de su largo viaje.
- Señorita…
jamás había visto
ver a una angelita
salir de una carroza.
La niña sonrió.
Más su madre
el brazo apretó:
¡Cecilia!... dijo
Una dama como tú
no sonríe con peones
con tanto ímpetu.
Las rosas son rosas
y los cactus son cactus.
Por favor mantén tu estatus.
Como pretendes
hacer amistad
con jornaleros
de quehaceres.
- Pero mi abuelo no se rindió.
Los meses se hicieron cortos,
para tan puro amor.
Cecilia adoraba sus versos
y su sentido de humor.
Él adoraba su inocencia,
Y con tan solo su presencia,
le hacía temblar de amor.
Llegada la primavera,
Cecilia cayó de dolor.
Y postrada en cama,
le rogaba a su madre
poder ver al peón.
La madre endureció su corazón:
- No puedes ver a ese muchacho,
pues de ti se ha olvidado.
Allá donde está su rancho
con otra se ha casado.
La bella señorita…
perdió las ganas de vivir.
No comía…
No quería sobrevivir.
Pensando que su joven
en otra cama dormía.
Más los malos pensamientos
fueron borrándose de su mente.
- Señorita Cecilia… Señorita Cecilia.
¡Su madre miente!
Acá afuera estoy… esperando
su pronta recuperación.
No la he olvidado.
¡Del amor que siento
estoy consciente!
¡Qué desesperación
es no verla en mis brazos!
Señorita Cecilia
¡La amo con todo el corazón!
Su madre escuchó
junto al balcón:
- Tú harás caso a lo que yo diga.
Nos regresaremos a España,
para casarte con un buen mozo.
La niña Cecilia hizo caso,
regresó con su madre
a la Vieja Patria.
A mi abuelo
no le dio explicación alguna.
Le dijo que no lo amaba,
y que no quería perder su fortuna
Pasaron cinco largos años,
y a ese joven
le fue heredado unas tierras
de un señor adinerado
quién no tenía familia alguna.
Viajó a España muy esperanzado
de ver a su niña amada.
- Mi bella angelita
¿te acuerdas de mí?
Yo soy aquel cactus
que tu madre decía.
Del cual fui abandonado
por no tener un mismo estatus.
Pero todo ha cambiado,
y he olvidado esa rencía.
Te traigo un anillo de oro,
¡Quiero que seas mía
mi niña Cecilia!
Ya no habrá razón
para que digas que no.
Pues a ti te entrego
mi dinero, mi terreno
y mi benevolente corazón.