El amor es oscuridad. He respirado de ella.
Se ama despreocupadamente un día para encontrar al otro que el amor no siempre es luz.
A veces viene a cortarte como el filo de una navaja; a veces viene mostrarte que haz estado viviendo una ilusión cálida y hechizante, pero al final sentirás frío bajo tus pies. El frío de los verdaderos demonios. Esos que pueden transformar a la más noble de las personas en una bestia escupe vómito, puños y vergüenza.
El amor tiene límite. El amor no puede curar a esa persona de sus demonios. No importa cuánto ruegues a Dios y a esa persona. El amor simplemente no lo puede todo.
El amor también es miedo.
Sí, he conocido el temor que vas más allá del miedo a la muerte. Un terror que supera incluso el tener que sobrevivir otro día en la desesperanza: he temido por quienes amo. He temido que quienes amo lastimen a quienes amo. Pero sobretodo, he temido a la verdad: que se vea lo frágil que realmente soy; que se vea que todos mis esfuerzos de protegerlos sean vanos.
El amor también es perdón.
Se perdona a quien se odia porque resulta que, sólo puedes hallar ese sentimiento en quien amas. Cuanto más odias a quien quieres, una parte de ti muere. Luego un día encontrarás que has detestado tanto que te has convertido en eso mismo que odias: un demonio; una víctima. Y para dejar de ser todo aquello tienes que perdonar.
El amor es comenzar de nuevo.
Naufragaste tanto tiempo a contracorriente que, cuando al fin tocas la orilla encuentras más aterrador empezar a vivir que, las oscuras aguas de donde provienes. La oscuridad siempre parecerá más tentadora.
El amor nos hace así...