No voy a mentir. El lazo sigue. Has entrado tan profundo que no ha sido sencillo cortar tu raíz. Porque así te has vuelto. Tú has echado raíz en mi ser. Mi corazón cicatrizado cada día sana más. Las heridas ya no duelen. La mente ya no viaja. Mi alma tiene paz. La encontró. Y aunque ha sido difícil, lucho con la idea constante de desear lo mejor para ti. Aunque en ocasiones la rechace mi mente. Se ha vuelto como un deber desearte el bien. Porque simplemente así deben ser las cosas.
Fuiste, eres y serás un ser muy amado. Más allá del efecto amor. Más allá de la pasión. Más allá de cualquier determinación planteada, tu ser interior tocó el mío y sólo por eso tiene un gran valor. Y no quiero que pienses que se trata de mí. Que el quererte o procurar tu bienestar viene a calmar algún tipo de remordimiento o algo similar. No es así. Sinceramente la conexión entre nosotros fue más allá de este mundo. De lo que podemos ver y percibir. La conexión viene desde el cielo. Fue espiritual. Y haberla tenido quedó escrita para la eternidad. Lo sabes y lo sé. Y ni tú, ni yo, ni nadie puede cambiar eso.
Pero hoy puedo afirmar que soy más feliz de lo que nunca había sido. Me siento tan libre, sana, fuerte, valiente y determinada. Mi vida, por fin, va por el rumbo deseado. Retomando el camino que años atrás se había desviado. No es fácil. Incluso, llega a ser complicado en ocasiones. Pero vale tanto la pena. Mi interior desborda de amor por la vida, empezando por la propia. Me amo. Amo la versión de mí. Quiero crecer, aprender, disfrutar y llenarme de energía positiva con todo lo que se encuentra alrededor. Pero sé que nada, absolutamente nada de lo que estoy viviendo sería posible sin el despertar espiritual que vivo. Pero esa es otra nueva historia.