La cita había sido acordada a las 7 de la noche, y como suelo acostumbrar, no estaba aún preparado. Apresurado, abotonaba mi camisa purpura, con rayas negras, lo hacía de arriba abajo, para después colocar un poco de aerosol en mi cabello y darle un poco de acomodo. La presión era incesante, pues el tiempo marchaba en mi contra. Pensé en lustrar mis zapatos, pero era imposible, estaba demasiado retrasado, así que solo pasé un trapo tímidamente, para después arrojarlo al cesto de ropa sucia y partir. Salí casi corriendo, aunque no estaba lejos el sitio, sabía de mi retraso, y me maldecía por eso, no sé cómo sucedió que acogí el mal hábito de llegar tarde a casi todos los lugares, pues solía ser la persona más puntual en todo el universo, aún recuerdo cuando llegaba incluso una hora antes a los lugares que solía visitar.
Cuando por fin llegué al parque, los nervios comenzaron a invadirme, además los rayos del sol, lastimaban mis ojos. Levanté la mirada para buscarla y entonces estaba ahí, tan bella como siempre.
Utilizaba una falda demasiado corta, por lo cual sus hermosas piernas lucían imponentes en aquel lugar. Tardó unos segundos en divisarme, yo pacientemente la esperaba, cuando notó mi presencia. Acudió hacia a mí, pude sentir el latir de mi corazón acelerarse rápidamente, mis manos parecían sudar, estaba demasiado nervioso, aunque con el tiempo he aprendido a controlar ese nerviosismo. Cuando llegó, la noté titubeante, me saludó temerosa y partimos.
Nuestros pasos marchaban cuesta arriba, su corta falda dejaba entrever de vez en cuando su ropa interior, pero caballerosamente me volteaba cuando eso sucedía.
Cuando por fin subimos la cuesta, buscamos un lugar y nos sentamos. La charla como siempre era amena, es fácil charlar con una persona como ella, culta, amable e inteligente en todos los aspectos. Pero la plática comenzó a parecer insuficiente, un deseo interior nos llamaba a ambos, pude notar un gran número de ocasiones en los cuales miró mis labios, igual como yo hacía con los suyos.
Así que sin más la besé y la seguí besando hasta que el universo entero se convirtió en su rostro, no podía ver nada más que su cara rozando la mía y mis manos comenzaron a actuar, lo hicieron mesuradamente pues el lugar no era el más ortodoxo para cometer ningún acto de lujuria.
Decidimos ir a un lugar más privado... cuando llegamos, sólo dijimos un par de palabras y el deseo se encargó de nosotros. Los besos se encarnaban en mi alma, y una llama comenzó a encenderse en mi interior. Fue entonces que dejé mis manos recorrer su cuerpo, lo hice tantas veces como me fue posible y lo hacía con tanta ternura, que sentía como su inocencia se iba con cada caricia; su rostro transmitía la mayor inocencia que haya conocido, aunque su cuerpo sabía por experiencia propia aquello que estábamos viviendo.
Pasaron minutos o tal vez horas, yo perdí la noción del tiempo, sólo la besaba y de vez en cuando tocaba su sexo, lo hacía temerosamente, temía lastimarla o en el peor de los casos, que le fuese desagradable, pero con firmeza continúe haciéndolo, sentir su humedad me transportaba al paraíso del deseo, su respiración y sus latidos se agitaron abruptamente, sentía ganas de hacerla mía, pero no lo iba a hacer en ese lugar, así que sólo di libertad a nuestros vagos deseos de sentir nuestra piel rozarse.
Todo en ese lugar estaba ligado al acto sexual, creo que sólo nos estorbaba la ropa, pues tanto ella como yo, estábamos ávidos de hacer el amor, cuando intempestivamente notamos la presencia de un grupo de jóvenes.
Fue una de las situaciones más embarazosas de mi vida, no supe que hacer, creo que la sorpresa me dejo impávido. Lo primero que se me ocurrió fue tomar mi saco y colocarlo encima de ella y de mí, para cubrir nuestros rostros aun con el semblante del pecado, y apresuradamente emprendimos la huida.
En el lugar las rutas parecían perderse, así que tomamos un camino que parecía no acabar jamás, saltamos un alambrado y no paramos hasta llegar a la cima, pensamos que esa era la salida, pero para nuestra sorpresa había un obstáculo que era infranqueable.
Decidimos volver, había pasado ya un tiempo considerable, tal vez esos vagos jovencitos se habían marchado. Precavidamente y casi en silencio fuimos saliendo del escondrijo, lo hice primero, prefería quedar exhibido, a que lo hiciese ella, por lo cual de cuando en cuando la dejaba tras de mí y me percataba que no hubiese nadie, para después advertirle y esperar por ella.
Cuando estaba cerca de mí sentía ganas de besarla, así que a pesar de la situación me dejaba llevar; ella, temerosa, respondía a mis besos para después reír por nuestra terrible situación.
Pensé que no escaparíamos, pero no fue así, gracias a la mano de Dios salimos del escondrijo y huimos a toda prisa.
Sentados en una banca hicimos el conteo de los daños, unos cuántos raspones en sus piernas fueron el precio a nuestra proeza. Por mi parte estaba perfectamente bien físicamente, pero mi corazón estaba apretujado, me sentía culpable, nefasto por la situación en que fui a meterla, sentí hasta ganas de llorar, pero reparé en decirle algo que debí decirle hace tiempo, pues me he estado enamorando de su esencia y no pude evitarlo, así que se lo dije y le pedí que me besara, para después acompañarla a que tomara un taxi y se fuera a su casa.
Colaboración de Eduardo Horta G
México