Es noche buena, y me encuentro sentado en una banqueta
fría y solitaria.
El ruido de los automóviles y la musiquilla subliminal navideña
abrazan las calles y avenidas nocturnas.
De pronto, en mi dedo índice del pie izquierdo sentí una gotita de agua.
Un poco desconcertado me levanté y comencé a caminar, caminé y caminé, cuando de pronto alcé la mirada, y miré una casa roja grande, muy grande, donde mucha gente sonriente caminaba para un lado y para el otro. La alegría se dibujada en el rostro de toda la gente que se hallaba en aquella mansión.
Y debajo de una piñata que tenía la forma de una estrella, muchos niños jugaban alegremente.
Jamás, jamás había visto un arbolito de navidad tan, pero tan hermoso como el que estaba en el patio de la casa.
Yo, me paré en aquel barandal blanco con la ilusión de que alguien me invitara a la fiesta.
Pasaron minutos y horas, pero nadie me invitó.
Al ratito los niños contentos rompieron la piñata, y sonrisas por doquier se escuchaban, se abrazaron, se obsequiaron, comieron y bebieron felizmente, tal parecía que aquella multitud no conocía el sufrimiento. Y yo, seguía ahí, mendigando un poco de amor, de bondad, de compasión o que se yo…
Poco a poco la gente se fue retirando del lugar,
Yo, me regresé a la banqueta fría que fielmente con ansias
me esperaba.
Me senté, y al ratito sentí una gotita, una similar a la
de anterior, luego otra y otra…
Eran gotitas de lágrimas que mis ojos tristes derramaban.
Algunas musiquillas se escuchaban todavía, el viento soplaba muy fuerte, tenía mucha hambre, mi estomago producía un sonidito, y mi cuerpecito empezó a temblar de frío y de miedo.
Y poco a poco se me fueron entumiendo mis manos y mis pies, que después, ya no los pude mover.
Quería llorar muy fuerte, pero ya no lo podía hacer, quise tocar mi orejita derecha tampoco lo pude hacer, temblaba y temblaba mi cuerpecito, y no era un sueño, pues tenía los ojos abiertos.
De pronto… una oscuridad inmensa rodeó todo mi ser, ya no sentí nada.
Al amanecer, seguía ahí, llegó una muchedumbre y escuchaba yo que estaban hablando de mi, al ratito llegó una ambulancia con varias personas de vestimenta blanca que comenzaron a tocarme con mucha delicadeza por todos lados.
Y escuché perfectamente cuando uno de ellos dijo, está muerto… si, replicó el de lentes…
Una sensación escalofriante recorrió todo mi ser, y luego comencé a gritar, grité y grité, pero nadie me escuchaba, me sentía desesperado… mientras un eco salía de mi interior, Dios mío, ¡no puedo estar muerto, tengo que vivir más si apenas el jueves pasado cumplí mis seis años!…
Lloré y lloré sin derramar una sola lágrima, y nadie se daba cuenta, lo que sufría, quería levantarme para ir corriendo a pedirle a Diosito y a Santa Claus que mi regalo de navidad, fuera otra navidad… tan solo para seguir escuchando esa musiquilla navideña que alguna vez llenó de alegría y de paz mi alma, ¡no importaba!... que no me dieran regalos, ni juguetes, ni piñatas, ni comida, tan solo otra navidad.
Colaboración de Pablo Martínez Antúnez
México