Yo le conocí de casualidad. Era un camarero de un bar de tapeo del centro de Madrid. Todo un golfo de la noche, argentino muy sobrao y seguro de sí mismo que daba de repente con la horma de su zapato: yo, muy normal, pero que si algo me pone, es bajar a los que se suben a la chepa de los demás sin permiso y sin motivo. Me encanta explicarles su estupidez con lo mejor de mi sarcasmo. Y esto hubiera quedado así, un golfo más que quería acostarse conmigo, de no ser por lo actor que fue y cómo mostró disculpas y respeto inmediatamente le contesté.

Después de disculparse más de una vez e invitarnos a una cerveza a mi amiga y a mí, yo al irme, le lancé un adiós y un disculpado en forma de sonrisa sincera y tierna -ante el bien hacer de la gente siempre me bajo en seguida-, que él, listo, guapo y con los ojos más bonitos que había visto, aprovechó rápidamente para mantener nuestra mirada durante casi un minuto para posteriormente lanzarme la sonrisa más maravillosa del mundo.

Fue un beso con los ojos de más de un minuto, en el que se extinguió todo el barullo y ruido que había en el bar y sabía que ésta era la segunda vez en mis 37 años que me ocurría, la otra me había casado con él.

Volví al bar, cómo es lógico, para encontrar como llegaba una niña guapísima, altísima y estupenda de 20 que le daba a entender hoy también nos vamos a acostar. Me quedé observándola y pensando, bueno, por lo menos me halaga físicamente pero efectivamente lo que pensé al principio era la única realidad. Inmediatamente él, deja la barra pasa delante de ella sin mirarla y se va.

Cuando salí de allí le expliqué a mi amiga que la primera impresión es la que cuenta y que este individuo no era más que un gilipollas integral y le saqué de mi pensamiento inmediatamente.

Era una noche de otoño preciosa y mi amiga y yo, salimos del bar, comenzamos a pasear por toda la zona durante casi media hora bromeando y riéndonos a cerca de la vida y de muchas más tonterías. Todo era para mí normal hasta que cuando dejamos la zona de los bares y tomamos dirección a casa buscando un taxi, aparece detrás de nosotras y nos adelanta para sólo mirarme; yo le miro y él se para; él se para, yo me paro y mientras le miro le hago un gesto de no entiendo nada, qué quieres a lo que él sólo baja la cabeza en señal de disculpa y se va.

Acontecimientos personales terribles e inimaginables me rodeaban en aquel momento que me retenían de tener ninguna relación con él, porque creo que yo le quise desde el primer día.

De vez en cuando me pasaba para verle de lejos y con eso me conformaba, tampoco sé que pudo pensar de esa actuación tan estúpida por mi parte.

El "Dímelo en la calle" de Sabina me recordaba siempre que lo escuchaba a él y me daba ánimos para pensar que cuando todo pasara, estaría siempre él.

Pasaron dos años y cuando ya era libre nuevamente fui a buscarle y no estaba nunca. Visitaba el bar casi todos los fines de semana y nunca estaba. Finalmente me decidí a preguntar al encargado: "perdona, ¿conoces a un chico argentino de ojos claros que trabaja aquí?". El encargado me contestó: "Ramiro ya no trabaja aquí, se fue de Madrid". Qué cara debí poner que le di tanta pena que rápidamente me dijo: "Creo que está en Ibiza pero hace 4 meses o así, estuvo aquí un par de ellos". Yo le agradecí el interés y me fui.

Han pasado ya otros dos años más desde esto y sigo acordándome de él y sigo sin enamorarme de nadie nunca como hasta entonces llevaba mis últimos diez años.

Supongo que a los ojos de cualquiera, esto no es más que una estupidez de una colgada un poco más pa allá que pa acá. Pero garantizo que me acuerdo de él con ternura, que siempre que paso por el bar miro y que no pierdo la esperanza de volverle a encontrar algún día. Yo creo que fue amor.

Colaboración de Mabel
España