Todavía recuerdo cuando decidiste, después de tus días felices, de tus noches mal olientes de alcohol, mentiras, egoísmo, burlas y humillaciones, y amenazas, cumplir con tu sentencia: decidir colgar tus manos en torno del cuello de la mujer a la que más amo en este mundo: mi madre. Un día en el que decidí olvidarme de tanta desgracia y horror, de tus infiernos mensuales que se convirtieron en semanales, todo por una estúpida y sucia suposición de tu mente insegura, emprendiste tu golpe maestro.
Ahí estaba ella, hecha nada, con la mirada perdida. Su cuello, fiel testigo de tu solución. Mi peor paranoia casi, casi se cumplió. Lo sabía.
Y tú te fuiste al otro lado de la casa como el peor de los cobardes, exigiendo que no te molestaran, cuando mi alma gritaba de rabia y de negación, de culpa por no haberla protegido como decidí asumir desde una inocente promesa. No puedo olvidar a mi mamá indefensa que rápidamente nos abrazó sollozando, una mujer tan buena...
Grité... No eran gritos, eran alaridos de dolor y negra impotencia. ¿Y todavía pedías que te dejara tranquilo? ¿Pretendías que entendiera tu modo de resolver las cosas? ¿Pretendías que esta rebelde se quedara como si nada, aplaudiéndote con su silencio, dejando que barrieras con ella? ¿Así es que me enseñas como un hombre debe amar a una mujer? ¿Haciéndola tu propia miseria? ¿Es eso lo que debo esperar de un hombre? ¡Si supieras por qué temo tanto al amor! ¡Y ella, una mujer que casi pierde el pellejo por ti! ¡Que te ha dedicado todo el amor de su vida! ¿Así es como le dices gracias?
Mi espejo donde esa mujer que antes reía de alegría se rompió. El espejo estalló en pedazos, millones de pedazos, y reunidos me hacían sangrar del más puro dolor y rabia que me perdí por unos meses y conocí de verdad a las añejas almas, la tristeza. Sabe el buen Dios que aparte de salvar a mi mamá a través de mi hermano aún sigo con vida porque me importaba un comino la mía.
Ya no soy la misma, y me cuesta tuercas reír como lo hacía antes. Simplemente porque tú la quieres para marioneta que baila al son de tu ego por muchos años, eso, lo destruyó todo: el creer que puedo mirarte para que me abraces fuerte, el que estés ahí para que me escuches así como me doy cuenta que tu trabajo te agobia, el llevar en mi corazón la certeza de que el hombre que sea perfecto para mí nunca, nunca me hará daño. El verte como un padre, no como el verdugo.
¿Pero sabes qué? Ya me cansé de dejar que el estigma con el que nos marcaste siga dirigiendo mi vida. A pesar de todo he hecho hasta lo imposible y no sólo yo para que puedas ver que tu amiga fraternal, la botella, te hace más miserable aún. Y a pesar de todo eso me duele, porque eres mi padre. Y sé que sufres. Sin embargo, tú debes saberlo. Testimonio son las miles de promesas de político barato que has hecho para cambiar. Ojalá algún día lo hagas y termines de ver que la botella no te hace más hombre, te hace su víctima.
Aquí voy, recogiendo cada pedazo del espejo roto, con la esperanza de un futuro mejor pero con el mismo miedo viejo de siempre: amar y dejar que me amen. Librarme de esta coraza que desaparecerá por fin con la paz, el perdón y la comprensión.
Hombres: Miren todo el daño que pueden originar. Tan sólo miren, y verán... Pero una de esas que te acompaña te trajo al mundo. Recuérdalo.
Colaboración de
Marta
Venezuela