Cuando te conocí, te vi con mis propios ojos, con los míos;
mi erotismo erótico subió para arriba… alto, alto…
hasta tocar el cielo alto y la Gloria altísima;
y tú, poco a poquito te fuiste metiendo dentro de mi corazón
masculino de hombre…
y ahora, diariamente y cada día, tu amor entra para adentro
de mi alma y de mi mente;
y ni yo ni mi “otro yo” podemos hacer nada para evitarlo,
porque ninguno de los dos queremos no evitar lo inevitable.
¡Eres el regalo que la vida me ha dado gratis y que no quiero rechazar!
Si tu presencia presente faltara de pronto y de improviso en la existencia
de mi vida vivida,
aunque fuera por un lapso pequeño o un período chiquito de tiempo,
mi existencia histórica languidecería y se derrumbaría para abajo,
quizá hasta los confines incontables del inicio y principio del tiempo.
No quiero que salgas para afuera de mi vida,
porque seguro que mi corazón se desangraría en una abundante
y copiosa hemorragia de sangre;
te quiero conmigo toda la vida, a lo largo de toda mi existencia,
ahora que la pasión arde exaltadamente en mi cuerpo y en mi organismo
y me consume cual lava volcánica de volcán en erupción;
pero además, incluso te quiero a mi lado y junto a mí
cuando ya los años me amenacen y el tiempo me enseñe las uñas
y me haya convertido en un viejo o en un ancianito,
ciego como el amor con el que te amo o tal vez invidente
y desmadejado, cual muñeco inerte sin cuerda,
como cuando te alejas... lejos de mí.
Ven aquí conmigo;
acércate cerquita de mi alma enamorada,
muéstrame o enséñame la gran grandeza de tu alma de mujer
femenina
y métete dentro de mi espíritu, espiritualmente, mágicamente;
deja que yo me introduzca y me meta para adentro de tu
corazón y de tu cuerpo, íntimamente y de manera física…
¡corporalmente!