Añoro sus ojos, belleza marina, encerrados en el cajón
que la lluvia enmudece los gritos de los condenados
A horas y horas de intolerante amor.
Una locura insana, un ardor retorcido, un escalofrío ahogado en la pasión de un beso y el deseo de librarse de él.
No se mueva, el fuego está por empapar más que la tormenta misma.
no secará sin marcas su herida.
Cuide su despedida, señor, que al salir se quedará sin ojos, belleza marina.
caramba, ¿no ve lo que digo?
Y ahora soy yo quien lo-cura, ¿loco no?
Caballero caprichoso, porfiado hasta las patas
que en el cajón se queda,
que de mi no salva, imagine de la lluvia
que, supongo, prefiere ahogarse en sus propias nubes.
-y vestirse, la amiga insensata, de sus propias faldas-
Añoro sus ojos, belleza marina, encerrados en el cajón
que la lluvia quema más que el fuego,
retorcido ardor.
que aquí el fuego empapa más que su álter ego.
Mire, caballero, que de mi no salva,
que los gritos, condenado
el amor no los oye. está sordo de cariño.
Acostúmbrese a este cuento travieso, niño grande
que de aquí no sale luego que la tormenta pase
que la tortura de usted, sometido, aún no empieza...
comienza ahora, depende de usted, al placer o la fuerza.
Colaboración de
Valentain
Chile