En una noche simple,
con elegante soberbia,
sus grandes ojos, asombrados,
vislumbraron con miedo, ese suave cuerpo,
que en silencio rezaba, oraciones perversas
A un Dios imprudente.
Intentando distinguir,
la realidad de los sueños,
la verdad de la mentira,
el día de la noche.
Pestañeó y dejó de existir,
cerró fuerte los ojos e intentó recordar
quizá su rostro.
Pero sólo recordaba ese silencio,
que envolvió la noche
la hizo perfecta en su simpleza
y luego desapareció.
Colaboración de Emi
Argentina