Sus pies andaban más abajo
que la herida del lodo,
parecían anclados en las tumbas
submarinas de algún riacho.
Cada vez que la vida rifaba su cubilete de suerte
caminaba la esperanza en sus cejas
y caían como balcones de frías mariposas
al resultado de los dados
En sus labios apenas ardía el ascua derrotada,
su boca no hallaba el producto del aire
en sus lastimados pulmones
Ya al agua no era fresca en las flores marchitas
y los labios de septiembre guardaban la distancia
El sol la miraba de la sombra
y el árbol donde apoyaba sus múltiples madrugadas
dejó el amago en un saludo de piña negra
El nevado celeste de sus muslos
invadido por el musgo
y por dentro...
lloraba su alma de lamento
al ritual de un muro desconocido
Había humedecido sus dones en abultadas trasnochadas
donde su corazón hoy frío antes reía con sutil rugir de catarata
Las aves trinaban en desafino sus tristes verdes primaveras
Su mirada de antro percibía los astros evasores
y de la luz sólo reconocía una inútil sombra adelgazada
Ya ni el brazo del fuerte hombre sostenía sus moles lacrimosas
cayendo como ancestrales rocas
en un diluvio de montes
Antes cantaban sus islas de agua,
ahora arrastra sus viejos pechos de uso
como dos uvas muertas sin madre parra
Perdió su tiempo del ciclo en el segundo
y su hora majestuosa evaporada
en el siglo de la despedida.
Colaboración de Ricardo Álvarez
Argentina