Ayer presencié el morir una noche,
como era por las horas consumida,
como la pena que me embarga
como la infelicidad que me abriga…
Después vi el amanecer,
mi pena seguía igual,
pues fácil no es olvidar
la doble traición que dejó tu actuar…
No entiendo como un animal, homo sapiens,
sí, animal, pero hueco, no como los demás,
puedo dañar con exceso a quién nunca le hizo mal,
te amé, respeté, deje de ser yo,
para configurarme en tu sombra,
la que vivía para complacerte,
para darte pedazo a pedazo su vida,
y cierto, quede vacía, en tremenda sequía…
Pero únicamente para dar al amor placentero,
ese, que incendia todo tu cuerpo,
que te hace actuar sin freno, sin
responsabilidad, sin miedo, pero igual,
te deja hueco, ese, el principio y fin
de tu entrada al infierno, más no el que
describen entre diablo, lumbre y fuego…
Sino el vivido en la tierra, donde se lastimó sin
piedad, sin misericordia a dos seres que te
amaban más allá de lo profundo, de lo humano,
lo pálpale y lo imaginable, aquí en este planeta,
pagarás tus saldos, tus pendientes cuentas…
Y no por nosotros, por el abandono
de que fuimos objeto,
sino por el pago al universo,
porque se puede fallar como hombre,
pero no como humano, y tú fallaste
a todo ese contexto, aquí, y más allá…
A nosotros, el eterno se ha encargado
de otorgarnos su infinito amor,
con lo dado día a día
utilizando a tanta gente como instrumento,
y sé que pronto conoceré la gloria,
la felicidad que te da el amor verdadero,
y no el consanguíneo, que de ese,
ese, me llena mi niño, sino de aquél,
que me unió a ti…
El que se da,
con ternura, pasión y un inmenso cariño,
sin esperar cambio, ni se mide,
pues se aprecia su inicio y no la culminación
por ser infinito.
En este poema traté de plasmar el dolor inmenso de un ser mutilado por la traición, pero que se ha redimido por el amor a Dios y a su hijo.
Colaboración de
Lucy
México