Al amor no se lo busca
se lo encuentra
porque es de alas y vuela
entre lentas hojas
o en prados verdes de primavera.
El círculo de su silueta,
se viste en ramas del silencio
sobre el altar de las glorietas,
en una copa de glicinas envueltas,
posado en una banqueta
o flotando sobre el amarillo trigo constelado.
Se esconde en labios de azucenas
en el rumor prudente del follaje
en la confirmación del otoño establecido
no como una golondrina de parapeto errante.
No se exhibe en las vitrinas iluminadas
ni en las rúas de pasarelas
ni en la cita descabellada
ni es dulce producto de brevas sueltas,
exige moldear un ramillete de signos gestuales.
El amor es la paciencia de la tierra
que hacia el fuego va como la hipnótica mariposa.
No tiene gruta ni boca,
es palabra muda en los balcones de hiedras
dulce expresión del durazno
latido que conmueve cual estallido de pólvora,
cosquilleo que se pronuncia
no al cráneo de la razón
sino en el cielo blanco del sentimiento.
El amor tiene múltiples lunas de facetas,
un cruce de labios que penetre al campanario
rojos racimos de uvas tintas,
leguas de tules en la perfecta mano que acaricia
pandereta que cimbra los cuartos del corazón.
Una esfera de nieve
aguardando sus huéspedes.
Anda libre y vuela
quizás sobre la cabeza
o tal vez esté sentado a tu lado
como un huerto no cultivado
o una foto sepia atesorada por anales.
Colaboración de Ricardo Álvarez
Argentina