Los segundos de mi tiempo nunca quise compartir
nunca entendí qué era ser reo del tiempo ni la nostalgia de abril,
hasta que tus ojos celestes se posaron en mí.
Primavera amanecía sola y nueva para mí.
Tú eras el agua, yo el molino que crujía a tu pasar,
tú el borde fértil de cauce fino que yermaba mi vanidad.
Cuántas noches en tu lienzo frío mis pupilas dibujaban el estío; sábanas que prendían solo del roce de tu cuerpo con el mío.
Y un calor maduro fundió dos almas,
una negra y otra blanca, a la vera del camino.
Fue nuestra historia una odisea,
una hoja zascandil que giraba por el viento con dulce olor a jazmín. Mi futuro en una rama se posaba y solo cantaba para ti
pero el hastío dorado siempre llega
aunque no avise al venir y el amor que era perenne,
apagó raudo el candil.
Y llegó la escarcha fría a mi pelo por tu quehacer
y te olvidaste de los besos, de la risa, de la brisa del amanecer.
No volvió el cantar del ruiseñor a resonar otra vez
y las lágrimas de mi clepsidra se congelan una a una,
tic-tac, al caer.
Colaboración de Daniel
España