Entré al bar, solitaria estaba
y a la luz de una vela moribunda,
vi a la hermosa muchacha que lloraba
acodada en el mostrador, meditabunda.
¿Lloras un amor que te ha olvidado?
¿Acaso has recibido algún agravio?
¿Solo estás triste? Responde niña.
Pero sus labios estaban sellados.
¡Al final! Alcánzame una copa, le dije
y mientras el licor en ella vertía,
por su mejilla rodó una lágrima
que fue a parar en el fondo de la copa fría.
Bebamos juntos de esta copa amiga
y compartamos entre los dos nuestras tristezas,
y al ir acercándola a mis labios
me detuvo el envión, con fuerza.
"La cambio", me dijo quedamente
y yo, con mi voz un poco entristecida,
le dije "no la cambies" que en vez de lágrimas
veneno he bebido de la copa amarga de la vida.-
Colaboración de Claro Eugenio Rodríguez