Cuando escucho tus sonidos oigo que quieres decir algo.
Algo rezuma de ti: quejido insoportable.
Secuestrada en una casa, sin hablar.
Estás encerrada, atada,
maniatada.
Quieres hablar, pero no tienes lengua. Y te expresas con sonidos: puntos y rayas. Golpes
de armario (puntos), grifos abiertos (raya). Todo quejidos, impotencia. Llamadas.
Te hirieron en la guerra y te quitaron la palabra. Ahora sólo te expresas con sonidos, que ni siquiera oyes. Sonidos transformados en quejidos, porque estás sorda de amor. Porque te lo quitaron.
Punto y raya.
No te digo que quizá debiste morir en la batalla, para no arrastrar hasta hoy tanta molestia. Porque no soy quién para juzgarlo. Ya bastante juzgo viendo cómo te quejas, cerrando puertas, abriendo grifos.
Hay un señor que te oye, que te escucha, no tiene nombre ni identidad. Su identidad son tus sonidos, tu sufrimiento, tu pérdida. Y estará contigo siempre. Incluso cuando mueras. Y muera también tu sufrimiento.
Él está detrás de las paredes y los techos, aunque ni lo veas ni lo sientas. Él escucha tus quejidos.