"Acción y efecto de trabajar; obra hecha o por hacer; ocupación; esfuerzo empleado en producir o conseguir algo" es todo lo que nos dice el diccionario acerca de la palabra "TRABAJO".
Más filosófico sería decir que "es la aplicación sostenida de nuestras facultades en alguna obra útil" y ubicarlo dualmente como uno de los derechos pero también una obligación que el hombre tiene para sobrevivir en cualesquiera de los niveles en que se encuentre.
Desde el punto de vista físico, "es el producto de la fuerza multiplicado por el desplazamiento que sufre su punto de aplicación, cuando dicho desplazamiento se produce en el mismo sentido de la fuerza". O más simple, "se realiza un trabajo cuando se vence una resistencia a lo largo de un camino".
El trabajo puede ser físico o intelectual, la resistencia puede ser cualquier cosa que en mayor o en menor grado se oponga y el camino puede ser cualquera que se desee o se deba recorrer, con miras a la obtención de un determinado fin y que satisfaga plenamente o no las expectativas propias y/o de terceras personas en alguno de los múltiples aspectos en que puede diversificarse, por intereses varios, que unas veces tienen y muchas no, razón de ser, y otras tantas se presentan obstaculizando y confundiendo las cosas, quitando el verdadero sentido de la acción emprendida, desmereciéndola y restándole su valor intrínseco.
"El trabajo dignifica", también se llegó a decir por parte de más de un oscuro intelecto con pretensiones de esclarecido y otros tantos continuaros repitiéndolo tratando de convencer y convencerse de tal dudosa afirmación, y porque hay trabajos y "trabajos", debe haber, consecuentemente, dignificados y "dignificados".
El trabajo viene desde el principio de los tiempos. Según la Biblia, Dios fue el primer trabajador, con el agravante de ser de "motu proprio", es decir, "sponte sua", actuando espontáneamente y sin presión ajena, autodidacta, sin experiencia, aprendiendo sobre la marcha, sin supervisor y en definitiva, sin éxito en su solitaria empresa, lo que no deja de ser triste por su inutilidad implícita.
"Trabajó seis días y al séptimo descansó". Se habla aquí por primera vez de algo contrario al trabajo, que al mismo tiempo es consecuencia obligada de aquél, por ser directamente el efecto de la causa. Dios fue quien instituyó el descanso semanal y predicó con el ejemplo. Planteó y solucionó la dificultad sin exigir el diálogo y sin necesidad de discutir porque para dialogar y discutir se necesitan dos, ni de llegar, para obtener eco a sus reclamos, a medidas de fuerza que obligaran a la contemplación de las aspiraciones que pudieran constituir su plataforma reivindicativa, con todo lo cual se obtiene debilitamiento y desgaste de las partes, porque se trataba de una empresa unipersonal en donde él era patrón y empleado a la vez, autor intelectual de la obra y también quien efectivamente la llevó a cabo en forma artesanal.
Hasta para Dios el trabajo significó una agresión externa con consecuencias internas que debieron ser reparadas por medio de un necesario e impostergable período de inactividad. Fue la primera consecuencia directa del trabajo de la historia, prehistoria y mucho más allá, pues data de seis días después de que "...separó la luz de las tinieblas, etc..."
Pero más adelante tuvo que convertirse en el primer supervisor laboral, con amplísimas facultades en cuanto a planificación, control, seguimiento, poder decisorio, etc, todo en forma "panlateral", por supuesto. Y creó los primeros "supervisados", a fin de poder impartir órdenes para la realización de tareas varias y controlar su cumplimiento y efectividad en los plazos correspondientes. En ese laboratorio no se hablaba de "trabajo" en forma directa y agresiva, pero éste estaba en forma implícita y subrepticia, de pronto tan sutil y delicada que no merecería tenerse en cuenta habida ídem de que todo en ese lugar era un "paraíso".
Adán fue el primer "castigado" de la creación, castigado universal. Y el castigo a que se hizo merecedor, fue, en apariencia y en primera instancia, por culpa de Eva, aunque más bien parece ser por culpa de su propia inexperiencia con el sexo opuesto, con quien estaba numéricamente en desventaja, ya que accedió a exigencias femeninas de aquélla y de la víbora. Este insidioso aunque elocuente animal, bestia maliciosa de apariencia inofensiva, por razones ignoradas, ya que nadie pudo saber qué móvil la impulsó, trató y logró convencer a la cándida pareja, que aún no se había quemado con leche, para que gustara el fruto del árbol rosáceo de copa ancha que se debía observar de lejos.
Dicho castigo consistió en lo que muchos filósofos, pero también personas en su sano juicio, resaltaron como de características excepcionales: como eso que "dignifica", como eso a lo cual el hombre naturalmente "tiene derecho" y muchas otras cosas fantasiosas más, que por su rareza y extravagancia mueven a risa. Adán fue castigado nada menos que con el ¡TRABAJO!
En efecto, la máxima creación de Dios recibió como castigo por el incumplimiento de la tarea encomendada, que fue la inobservancia de las órdenes recibidas, la primera arbitrariedad patronal: la expulsión de su fuente de abastecimiento primero, y luego, como si esto fuera poco, aumentando su sentimiento de culpa y como golpe de gracia, la frase que seguramente resonó mucho tiempo en sus oídos: "¡Ganarás el pan con el sudor de tu frente!" Ergo, el "trabajo" es un castigo bíblico.
¿Habrá llegado, Adán, en algún momento de su larga vida, a sentirse "digno"? ¿O se habrá sentido siempre una rata, como se lo dijo Dios, por lo claro, con su infinita bondad?