Ya me van conociendo.
Y a medida que lo hacen también se alejan más y, a la vez, están más cerca. Ellas.
Ellas. Esas flores que veo en mis paseos. Ya me van conociendo: ellas.
Algo quieren de mí, igual que yo quiero algo de ellas. ¿Qué es?. Yo las tomo por el camino. Y ellas se dejan tomar.
Ya me van conociendo. Y yo no me canso de ellas. Me desnudo y voy corriendo a verlas y después de contemplarlas en su espejo deleitándome con su belleza, con sus pechos y sus curvas, aspiro su perfume más de cerca y me acuesto en su cama con ellas.
Las flores se visten de colores y de formas. Pero cansa un poco esconderse en la diferencia. ¿Y si viera su vello en las axilas?, ¿y si su vello púbico?, ¿y si sus pechos temblorosos y sus pezones sedientos?. ¿Sería igual de bella esa flor desnuda, sólo con el color de su frescura?. No lo dudo. Más, si cupiere, quizás.
Pero no os impacientéis, inocentes. A mí me gustáis alegres y naturales. Y que la inocencia sea lo menos importante. Y que lo más sea vuestra frescura, vuestra belleza. Yo me desnudo y voy así, invisible, a veros. Y sin que os deis cuenta ya os estoy amando. Sé que lo estáis deseando, alegres, dispuestas. Por eso lo hago.
Me maravilla veros tan frescas, tan bonitas y atrevidas. Y casi lo que más me gusta es, en vuestra desnudez campera, vuestro vello en las axilas (poco y que pinche o más abundante y suave)... y vuestros pechos.
¡Qué bellas son las flores! Ahora ya solamente queda agradeceros vuestra presencia.