I
Meditando mi tristeza sobre las lobregueces de las esperanzas sombrías, sobre las obscuras tinieblas avernicas que me futurizan un mañana de desastres tenebrosos y sin ilusiones para ninguno de los dos, por culpa de este aquelarre de sentimientos en contravía.
Los besos se marchitaron y se fueron secando sobre mi boca, con el sabor amargo de los recuerdos viejos y el mal aliento de los afectos viejos, que nos aferran sin pasión ni afectos, a absurdas relaciones. He ido perdiendo todo, deambulo con los bolsillos vacíos y un corazón roto. Es la máscara, la que sonríe por mí.
Solo conservo un recuerdo rápido de ella, de su piel, de su cuerpo. Aprendí a amar a escondidas, como los capullos que florecen entre los zarzales y con base en mentiras piadosas. Almaceno dentro de mi corazón, su sonrisa, su hermoso rostro, las palabras de un pensamiento casi virginal, porque nunca intentó perdonarme, sencillamente, porque nunca lo merecí.
Mi pene más que un pájaro travieso, fue la verga de un perro vagabundo. Siempre escapándome en engaños, artificios o artimañas, que solo yo me creía. De estas aventuras solo brotó, el amargo de la hiel del desencanto.
¿Cómo pude intentar encontrar la felicidad, en lechos clandestinos? ¿Qué sobrevivió de aquellas noches de amor, en las que solo se involucraba el cuerpo, mientras a mi alma se la devoraba, una diabólica agonía?
II
No escribiré sobre la ingratitud humana, por ser el hombre el ser más ingrato, el más salvaje y despiadado de los animales, engendrado por la naturaleza humana, quizás cuando Dios ya comenzaba a padecer de alzhéimer.
Mis versos son expresiones de un jazz viejo. Poseen la pasión de esa tristeza infinita y crepuscular, con la que cantaban los esclavos y las negras en las algodoneras o cuando cortaban caña de azúcar, en el Caribe.
Sé que te molestaron muchos de mis versos, no es que hubiesen sido cantares perversos, malintencionados. Escribí y siempre cantaré, lo que sentí y lo que siento. Lo que braman mis sentimientos, así fuesen mentiras, siempre he intentado que sean aciertos lingüísticos, validos literariamente y para darles credibilidad, siempre me he expresado en primera persona.
Volé y soñé para escribir y ese fue uno de mis peores errores. Me salvé por una milésima, de no tocar o conocer, el fondo del infierno. El abismo quedó atrás, pero hoy, me asusta lo que veo en el espejo, así crea como muchos en el mito de Dorian Grey.
Ya no vivo. Me conformo con sobrevivir de lo que aprendí, azotando calles y vagando con malas compañías. Divagando o especulando en voz alta, con pseudo pensadores autodidactas que conocí en tertulias y talleres literarios. Ahora mi sonrisa es un absurdo antifaz carnavalero, una máscara que expresa una sonrisa y felicidad, que ya no habita dentro de mí, desde hace un buen tiempo.
Me siento a contemplar la vida, como todo solitario perro callejero, desde la cima del monte. Mi dolor es de una tristeza pálida, al analizar el por qué perdí, mi más preciado tesoro. No me imagino enfermo en una obscura alcoba o agonizando en solitario. No es justo que mis hijos ni que nadie cargue con el peso de este viejo, que por necio lo perdió todo y cuando digo todo, es ¡todo! La amargura me agobia porque no me quejo, porque me merezco, todo lo que sufro.
Aprendiste a sobrevivir en solitario, aguardando a ese amante, que nunca regresó a tu vida, o a ese enamorado, que nunca llegará a tocar en tu corazón. Cuando te sientas sola, cuando te consuma la tristeza, no hay necesidad que me escribas o que toques en mi corazón, porque él, siempre estará abierto, aguardándote.
¿Cuántos orgasmos tuyos se absorbió la soledad o la tristeza? ¿Cuántas veces me maldijiste, al morderte con rabia, los labios? ¿Cuántas veces denigraste o me injuriaste, al arañar desesperada tu sexo? ¿Cuántas cosechas de orgasmos y besos se perdieron, por no recolectarlos yo, por necio o por ciego?
Aun me atormenta el latido triste de tus lágrimas. ¿Cómo pude ser tan ciego o sería que por celos, transforme en un mar de borrascas tormentosas, nuestros destinos?
Así sea de manera tardía, te pido perdón de rodillas, por haber llegado como llegaba: hecho un asco, como una asquerosa alimaña muere, peor que un sucio bohemio de arrabal o un deplorable drogadicto, amanecido. Cambié, pero fue demasiado tarde. Ya todo eran, cenizas muertas. ¿Por qué los hombres somos, necias aves migratorias? ¿Por qué siempre andamos revoloteando o buscando, lo que no hemos perdido?
III
Mi amor de siempre: Ayer te puse una misiva, en el buzón del viento. Si te molestaron mis palabras, me iré en silencio. Siempre respeté y acaté tus decisiones. Aprendí a convivir en silencio, hasta con todo lo que me molestaba o era indeseable para mí. Callé para no recibir heridas, tampoco para vulnerar o lacerar otros sentimientos… o simplemente: No volver a resucitar, lo que intentaba hacerse olvido. Si tengo que aprender a vivir solo, me iré a vivir como lo he hecho hasta hoy: Solo. Solo yo sé lo que eso implica.
¿Hasta cuándo serás, indiferente conmigo? ¿Hasta cuándo tendrás, corridas las cortinas? No te pido que le abras la puerta al naufrago, sino al hombre que te amó, que te ama y que esta hambriento de amor. Tengo hambruna de afecto y solo tengo mi corazón, para ofrecerte.
No me cierres más las ventanas ni la puerta. Escucha el dulce trino de estos versos. Son palabras diáfanas y espero que con su fulgor, se iluminen tus decisiones. Sé que aun eres amorosa y que tus sentimientos, jamás se avinagraron. Abre tu corazón y escúchalo. No seas necia, mi pequeño pecadito.
IV
Tenía que expresarte hoy, todo lo que ansiaba o callé, durante años. Cuando uno muere, aparecen textos y hasta saltan a la luz, secretos que ni uno recordaba. Aprendí que para el mañana no existen secretos y tenía que decirte hoy, lo que siento y sentí, durante tanto tiempo.
Me cansé de luchar por paisajes desolados, por las almas en pena, por los cuerpos caídos en desgracia. No es que el dolor humano me sea indiferente, pero debo aprender a verlo y a sentirlo, como todo rumor lejano.
Mi mayor gozo y orgullo sería, volver a ver: las sonrisas sobre tu rostro y a la alegría en tus ojos. ¡No quiero volverte a ver llorar, nunca más! Deseo que todo lo que nos reste de vida, solo sean auroras y sin ningún crepúsculo con tonos de mal augurio. Apiádate de mi pobre alma, así no se lo merezca. Simplemente regálale una esperanza, sin preguntas, ni condiciones.