La persiana eléctrica se mueve.
Hace ruido el motor. Y es que alguien huele.
El sonido habla. El sonido es movimiento.
Agua.
En el agua está el sonido.
Y que es el sexo sin el sonido.
Sólo sexo no es posible.
No es posible sexo sin agua.
Vamos a regar el incendio
abriendo el grifo.
Algo se quema.
Vamos a regarlo con agua.
Para apagarlo.
El sexo se apaga con sonido.
Con agua.
Y cuando no hay agua durante el sexo...
éste va camino de consumarse. Y el agua lo pone el gemido
de la hembra que se está corriendo.
El gemido del caballero que se corre
y eyacula. Sonido con fuego.
Agua con sexo.
El sexo con el agua,
cuando el agua
sale de dentro.
Es el receptáculo cerrado a cualquier otra agua...
fuera de él. En el receptáculo
donde el placer alcanza sus más elevados niveles.
Ahí donde todo está cerrado a dos o a tres o a más.
Ese mar de energía que alguien no se atreve a absorber
por envidia o celos. Y sí a participar. O al menos a no intervenir.
Pero no siempre se da esto.
Suele aparecer la envidia o los celos. Y la soledad fatal.
Y el mar de energía pierde su agua. Y la energía se guarda
para otra ocasión. Y va creándose un mar más grande.
Con la misma energía. Cuando aparece la envidia...
esto es así. Nunca se termina de utilizar la energía sexual...
y se guarda para otro momento. Se posterga.
Detrás están las sospechas de quienes no pueden ver.
Pero sí oír. Detrás está la envidia. Los celos.
Aguas ajenas a ese mar de energía maravilloso del amor sexual.
Que inciden en él. Que lo riegan y lo apagan.
Y el mar se va, se guarda a esos ojos indiscretos de la envidia.
De los celos. Se guarda para otra ocasión.