Maldito sea el sueño aquel.
El mismo que despertó el dolor que adormecido yacía muy dentro de mí. Tan dentro o tan adormecido que por poco lo olvido.
Aquel sueño que me recuerda mis desgracias, mis sollozos, mis desvelos ingloriosos.
El sueño que me trae tu ingrato recuerdo, tu rostro, tu voz, mi vida que la hiciste tan tuya.
El mismo que me hace amarte como aquel instante, pero cuando me invade tu traición, se esfuma cualquier emoción, y te aborrezco, y te desprecio. Aparece ahí mi alma rota, aquella que quebraste al partir, al huir. Aparece entonces mi tristeza suplicando tu llegada, mi almohada que aun sigue empapada, empapada de odio, de rabia, de amor de todo y tanto... De ti, de mí, de nada.
Despierto (la parte mas cruda) y maldigo el vacío en mi interior, busco las cartas que me escribiste, leo tus palabras, aquellas que prometieron tanto y dejaron nada. Me río sarcástica, con la risa que quiebra mis venas en un amargo dolor. Las guardo, me prometo no leerlas más.
Al menos no hasta que llegue nuevamente el maldito sueño aquel.