Me dijeron que no me enamorara de ti, que no te diera mi corazón y aún así decidí abrirte mi alma, en todos los sentidos coexistentes. Pero ahora que ya no estás, siento que el mar está vacío, que es un tarro donde lo único que existe son las penas de mis lágrimas.
Así es como leo las cartas que me escribiste, leyendo todas esas promesas absurdas que me creí, también puedo sentir la suavidad de la sudadera con tu olor impregnado en ella. Y por ahí cuando el viento me lo recuerda, acaricio el oso con ternura, imaginando que eres tú, y miro tras el vidrio frío de mi cuarto, cuento las estrellas y admiro la luna... esperando que de igual manera tú estés viendo el cielo y sentir que por un momento nuestras miradas coincidan de nuevo.
Las fotografías rotas en la caja rosa pastel que me diste, las guardo con restricción, cada vez que las miro, se abre algo en mí, mi corazón se acelera y no puedo evitar recordar cuando me mirabas con tanto amor, cuando tu mundo era yo, y la gravedad de la que todos hablaban era tan absurda porque yo era quien te mantenía pies en tierra.
Y por más que quisiera el tiempo no vuelve y siento que me desgarra por dentro, el hecho de que te hayas largado con tus estúpidas maletas, dejándome promesas sin cumplir, cartas con mentiras y los "te amo" tan falsos que ya no sentía el calor de tus brazos.
Es tan extraño como me haces falta, a veces si, a veces no. Pero siempre en la mente, y si, aún sigo aprendiendo a como levantarme.
Pero... cuando pierdes a tu primer amor es como si quemaran tu garganta a fuego vivo, no puedes hacer nada... Decir algo, o simplemente correr detrás de esa persona y decirle lo mucho que la amas porque la respuesta será tan errónea, un "Yo ya no, ya no te amo", que hasta se escucha el crujir de tu corazón. Y así me sentía cuando me dijiste tan fríamente por teléfono que ya no sentías nada. El alma se resquebrajó como un jarrón de mármol. Ese pedacito de cielo que me encantaba saborear ya se había marchado, desde hacía muchos meses atrás.