Aunque fuera bien pasada la medianoche otra vez estaría con el amargo pesar de tu partida.
Ésta necia estaría retorciéndose en su lecho como animal herido. La almohada estaría mojada de gotas saladas mientras las canciones que hablan de ti se repetirían en mi pecho. Tu nombre estaría marcado bajo mi piel una vez más. Y, de nueva cuenta como lo había estado haciendo por años me preguntaría por tu bienestar.
Me torturaría con esos amores que sólo yo te imagino acompañandote; te imaginaría historias con ellos; lamentaría no ser yo quien bailará contigo y finalmente pediría a Dios por tu felicidad.
De manera que cuando al fin mis pupilas estuvieran bien dilatadas y la noche se nos hubiera esfumado, religiosamente tomaría fuerza de tu recuerdo para sobrevivir al día siguiente... deambulando en esta vida.
Sin embargo, ésta fue la noche que ya no rodaron saladas, y todo buen pensamiento de ti se esfumó.
No tuve el familiar calorcito en el pecho ni brotaron las tan indeseadas sonrisas tristes.
No hubo nada para ti. No hubo buenos deseos.
Porque finalmente después de todos estos años, me di cuenta que le lloraba a una imagen que ya no existe y probablemente jamás existió.
Porque de ser un verdadero hombre me hubiese roto el corazón de frente, pero en su lugar decidiste dejarme en el olvido con la respuesta guardada sólo para ti.
Me percaté que de ser realmente la persona que tanto amaba, me hubieras amado por igual o sino mostrado un poco de empatía humana. Cosa que no puede hacer un pedazo de carne fría como tú.
Y por eso hoy no hubo más plegarias a Dios por ti. En cambio ahora le rezo a los infiernos.