“La suma de nuestra vida son las horas que nosotros hayamos amado”
Con esta cita del poeta alemán Wilhelm Busch, quiero empezar esta reflexión a propósito del amor que ha nacido entre nosotros y que hemos venido alimentando desde hace más de tres años. Cierto es que la vida no debiera medirse por los años vividos, sino por las horas que hemos amado. Yo he vivido mucho porque te he amado cada hora de mi vida desde que te conocí. Y te seguiré amando cada hora y cada día que me quede de vida, al margen de lo que pueda suceder, porque tu amor es lo más hermoso y más sublime que pudo haberme sucedido en mi largo peregrinar por la vida.
A través de mis escritos, a los que eufemísticamente llamo “poemas”, he descrito muchos de los atributos que he encontrado en ti y que me hicieron enamorarme. Pero estoy seguro de que la vida entera no me alcanzaría para describir todo el cúmulo de emociones que provocas en mí con sólo mirarte… y más con tocarte, abrazarte, besarte y sentir el latido de tu corazón junto al mío. Esto es amor; no puedo comprenderlo de otra manera.
Porque en ti he encontrado a la mujer ideal, la mujer de mis sueños. Una hermosa mujer llena de virtudes y con un corazón de oro; un corazón al que no es posible ponerle ataduras, porque pertenece a una mujer libre. Una mujer inteligente, entusiasta, alegre. Una mujer con la que cualquier hombre sería feliz teniéndola a su lado. Eres más que una mujer: eres un ángel enviado del cielo que va repartiendo entusiasmo y alegría a su paso y cuyo contacto provoca las más acendradas esperanzas y ganas de vivir. Una mujer encantadora por la que cualquier esfuerzo es poco.
Puedo describirte parte por parte, pero no estoy seguro de poder decir qué parte me gusta más de ti. Porque es todo a la vez: tu sonrisa tan franca, sincera y seductora; la profundidad y limpieza de tu mirada; la inmaculada blancura de tu alma; la transparencia y pureza de tu corazón; tu risa cristalina y clara; tu forma tan hermosa de caminar, con ese contoneo tan femenino que me mata; la perfección de tus piernas largas y torneadas; la suavidad y pulcritud de tu pubis; la suave curvatura de tu vientre; la turgente redondez de tus pechos, con esos pezones del color del amanecer; la blancura de tu cuello y de tu piel de nácar; la delicadeza de tus labios y el dulce sabor de tu saliva, tan deliciosa como miel virgen; el hermoso conjunto de tu rostro, en perfecto balance; el cobre de tu cabello, más hermoso que los atardeceres de Durango; la suavidad y dulzura de tu voz; la profundidad de tus pensamientos, siempre tan cautos y llenos de virtudes; la limpieza y pulcritud con la que te vistes y arreglas siempre; el delicioso olor que te caracteriza.
Todo, todo en ti me impulsa a amarte y a desear estar contigo todo lo que me resta de vida. Porque tú eres mi vida misma; tan indispensable ya como el agua y como el aire. Mi dulce mujer amada.