Andanzas y peripecias de Marcos (Cap. III. Otra vez Lagunillas. 3/a. Parte)
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Lagunillas es un pueblo pequeño, incluso hoy día, aunque está creciendo mucho, al igual que todos los pueblos y ciudades; es algo normal, pues. Quizá, actualmente tenga alrededor de diez mil habitantes, ya que hoy, al igual que ayer, sigue llegando mucha gente, principalmente de Guerrero y Oaxaca, quienes van buscando mejores oportunidades de trabajo y, al llegar, les gusta y se quedan a vivir ahí. Incluso, existen hoy, colonias formadas exclusivamente por gente de estos estados que menciono. En el tiempo al que me estoy refiriendo, era mucho más pequeño, pero, aun así, llegó el momento en que la escuela Lázaro Cárdenas ya no tuvo capacidad para absorber al número de estudiantes. Por eso, alguien tuvo la idea de “crear” otra escuela, pero en las mismas instalaciones. Con su propia clave de Centro de Trabajo, sus profesores y su director, pero en las instalaciones de la escuela que ya estaba. Esta “nueva escuela”, a la que bautizaron como “Escuela Primaria Rural Federal Melchor Ocampo”, turno vespertino, clave 21DPR2094B, empezó a funcionar en el ciclo escolar 81-82, cuando pasé a cuarto año.
El segundo año y el tercero, los cursé todavía en la escuela Lázaro Cárdenas, turno matutino. Pero al pasar a cuarto año, la escuela hizo una junta con todos los padres de familia y expusieron esta problemática. También les propusieron la solución y les dieron opción de que escogieran en qué turno y en qué escuela querían mandar a sus hijos. Y como resulta que, mientras yo iba a la escuela en la mañana, era mi mamá quien se encargaba de cuidar al rebaño de cabras, esta resultó ser la opción perfecta. Así que, me inscribieron en la “nueva escuela” y empecé a ir en la tarde, mientras que, en la mañana, yo me encargaba de cuidar al rebaño. Entrábamos a las 2 de la tarde y salíamos a las 7. Me tocó con el maestro Rogelio, considerado como uno de los más estrictos. Y de los mejores.
Mi hermana Estela sufrió un cáncer de matriz y se la tuvieron que extirpar. La gente del pueblo empezó a especular acerca de que era un aborto, producto de sus amores con Guillermo Salazar “La Piñata”, mejor conocido como “Chago”. Porque resulta que él siempre fue muy parecido a su papá, don Santiago, por lo que, pese a no llamarse así, siempre fue conocido como Chago. Chaguito, cuando era niño. Después de su recuperación, mi hermana se fue a vivir con él. Se “juyó” también, decía mi mamá. Y de vuelta a las maldiciones y a las lamentaciones. Y otra vez, los “consejos” para mi hermana Elicia, que era la más chiquita de las mujeres. Y renovados argumentos para mi tío “Borja”.
Por si no lo he mencionado, mis dos hermanas que se fugaron con sus novios, arreglaron su situación. Consiste esto, en ir a “pedir perdón”. Acude el novio, junto con sus padres, a la casa de la novia, en la noche, cuando se entiende que estarán ambos padres de la novia. Apenas llegar, ambos cónyuges -pues ya viven juntos; de ahí la necesidad del perdón-, se arrodillan ante los padres de la novia, con la vista agachada en todo momento, y manifiestan estar conscientes de haber fallado, así como su disposición para enmendar su falta, bajo las condiciones que impongan los padres de la novia. Los padres del novio se mantienen atrás y no entran a la casa de la novia, hasta que los padres de ésta, lo autorizan. Es en este momento cuando los padres de la novia aprovechan para emitir todo tipo de reprimendas. Una vez que ya los padres de la novia aceptaron “otorgar” el perdón, ambos cónyuges se levantan del suelo, donde permanecieron hincados. Y es el momento que esperan los padres del novio para hacer acto de aparición. Después de este acto protocolario, los padres del novio presentan a los de la novia, aquellos regalos que hayan llevado para congraciarse con sus consuegros. Desde bebidas y comida, hasta joyería para la mamá de la novia; todo, de acuerdo a la capacidad económica de la familia del novio. Después, cuando ya se fijaron las condiciones de los padres de la novia y fueron aceptadas por su contraparte, la velada transcurre entre pláticas, anécdotas, chistes y guasas intrascendentes. Ya están olvidados los rencores y ofensas que pudieron haber existido. Pero no todo es color de rosa: hay casos en los que los padres de la novia deciden no otorgar el perdón. Y entonces, cónyuges y padres del novio se retiran de la casa de la novia y no vuelven a pararse por ahí. Ya no es su culpa ni “quedó” por ellos, dicen. Ellos quisieron arreglar las cosas. Ni modo, pero de todo debe haber en este mundo.
Recuerdo que, en el caso de mis hermanas, una vez que estaban arrodilladas con sus respectivas parejas -aunque ambos eventos sucedieron en diferente tiempo- mi papá -que es el que debe hablar primero- dijo:
-Levántense, por favor. Yo no soy Dios para que estén arrodillados frente a mí.
Pero mi mamá, en ambos casos, no lo permitió. Y emitió una larga perorata en la que expresaba su descontento y su vergüenza, poniéndose siempre como ejemplo y echándoles en cara la falta de consideración de una y el abuso de confianza del otro. Hasta que se le agotó la batería. Mientras que, dentro de las condiciones, mi papá decía que no hicieran nada y que no gastaran su dinero en fiestas y, mejor lo aprovecharan en beneficio de la nueva familia formada, mi mamá exigía boda por ambas leyes. De inmediato, a fin de que pudiera volver a ver a la gente a la cara. Exigía que “le limpiaran la cara” de la vergüenza en que la habían hundido. Reparación inmediata.
Pero siempre terminaba cediendo a la fría lógica de mi papá, quien nunca fue visceral, como sí lo es mi mamá. Por eso creo que llevan casados desde 1953. Porque son piezas diferentes de un mismo rompecabezas. Si fueran iguales, hace mucho que no estarían juntos. En el caso de mi hermana Rosa, se casaron por ambas leyes. En el otro caso, el de mi hermana Estela, sólo lo hicieron por lo civil. Y muchos años después, por la iglesia.
En ese entonces no era común que la gente tuviera televisión. Eran contadas las familias que tenían una. Y, a colores, menos. Pero los vecinos de mi hermana Estela sí tenían una televisión a colores. Y, saliendo de la escuela, pasaba a verla, porque la tenían orientada hacia la calle, con la puerta abierta, como es la costumbre en Lagunillas. Pasaban las aventuras de Birdman, “El Hombre Pájaro”, quien se hacía acompañar por un águila o halcón, llamado “Guardián”. Juntos combatían el mal y, a pesar de que muchas veces los “villanos” estuvieron a punto de ganar, nunca pudieron hacerlo. Siempre ganaba Birdman. Siempre triunfaba el bien sobre el mal. ¡Cómo me gustaba esta caricatura! Y ¡cómo me hacía soñar! Porque, para mí, no se trataba sólo de una caricatura; para mí, se trataba de eventos reales.
Esta caricatura, junto con una mini historieta, llamada “Zor y los invencibles”, que trataba de unos niños que tenían un robot indestructible y a su servicio, también para combatir al mal y salvar al mundo de todo tipo de invasores, tanto de este planeta como de otros, me hacían soñar. Y, ¡vaya si no! Tanto, que yo mismo llegué a tener mi propio robot. Con todos los poderes de Birdman y de Zor, juntos. Todo en uno, pues. Lo encontré en un lugar apartado. Estaba apagado, pero yo ya sabía prenderlo. Y, una vez “despierto”, este robot me reconocía como su “amo” y se ponía a mi disposición para combatir el mal. Como no tenía nombre, lo primero que hice fue bautizarlo. Pero nada de imponerle nombres, ¡claro que no, eso nunca!; yo soy un líder democrático.
Así que, pensando y buscándole nombre, se me ocurrió el de “Cloruro”. Pero, antes de ponérselo, le preguntaba a mi robot si le gustaba, a lo que él respondía que sí, que era un nombre muy original para él. Y adecuado a los poderes que poseía. ¡Ah, cómo me regocijé de haberle puesto a mi robot, un nombre tan “original” y tan adecuado! No podía creer que a nadie se le hubiera ocurrido antes. Pero, para asegurarme de que no existía ningún otro robot que pudiera llevar el mismo nombre, les pregunté a mis hermanos y a mis papás, si alguna vez habían escuchado el nombre de Cloruro en algún héroe. En ese entonces no se conocía internet. Como me dijeran que no, que nunca lo habían escuchado, me convencí de su originalidad. Y se lo dejé. Yo estaba feliz. Y mi robot, también. Listos para combatir el mal. ¡Cuánta imaginación puede llegar a tener un niño de nueve o diez años!
Tiene sus ventajas que te conozcan por un nombre diferente al tuyo. Lo digo por mi cuñado Chago, a quien en una ocasión le giraron una orden de aprehensión, ignoro por qué motivo. Pero cuando llegaron los policías encargados de cumplimentar tal aprehensión, iban buscando a Santiago Salazar Robles. Cuando lo localizaron, él se identificó. Y no era tal persona. Su identificación decía claramente que se trataba de Guillermo Salazar Robles. Preguntaron los policías, quién más en el pueblo se llamaba así. Y fueron a dar con su papá. Pero al identificarlo, se dieron cuenta de que éste se llamaba Santiago Salazar Vidal. Tampoco era la persona a quien buscaban. Y se tuvieron que ir con las manos vacías.
Resultó que mi tío Bonfilio tenía razón al describir y calificar a mi cuñado Chago. Porque, en verdad, era un borracho empedernido. Hay en el pueblo, un billar, que ahora se llama “El Micha”, porque lo compró un señor del lugar al que le apodan así. Pero en el tiempo de que estoy hablando, ese mismo billar se llamaba “El Vivis”. Pues, en este lugar, Chago se la vivía día y noche. No trabajaba y no hacía nada de beneficio. En ese billar amanecía, anochecía y volvía a amanecer. Y él, junto con sus amigos, jugando billar y tomando cerveza. Hasta por espacio de una semana. Cuando, al fin lo vencía el hambre y el sueño, se iba para su casa y exigía de comer a mi hermana. Después, se echaba a dormir. Y cuidadito si alguien se atrevía a hacer el más mínimo ruido. Era motivo de su cólera y reprimendas para mi hermana, quien seguía en sus negocios y atendiendo la casa. Por eso, en una ocasión en que mi hermano Beto se emborrachó, fue y le echó en cara que era un “mantenido”. Y, en verdad, lo era. No aportaba nada a la casa. Sólo su presencia, cuando tenía hambre y sueño. El resto del tiempo, lo podía uno encontrar en el billar, ya sin preguntar nada.
Y fue en esta época, cuando estudiaba el cuarto grado de primaria, cuando conocí a mi siguiente gran amor: Laura Milagros. ¡Dios mío, qué belleza de mujer! ¡Cómo la amaba y cómo soñaba una vida entera a su lado! Era más que un sueño y mucho más que más. Ella estudiaba el quinto grado, también en la escuela vespertina. Y su hermano, José Luis, estudiaba conmigo. Así que siempre me dirigí a él, como “cuñao”. Mi cuñado, hermano de mi gran amor. Pero nunca fui capaz de declararle mi amor; había vuelto a perder las agallas. Tenía mucho miedo al rechazo. Y creo que ella jamás se enteró de la vorágine de pasiones que desataba en mi alma. Nunca supo que tenía mi corazón en sus manos.
En ese entonces, se editaba una historieta escrita por doña Yolanda Vargas Dulché: “Vagabundo”. Trataba de una pareja de enamorados, formada por Velia y Gerardo Rojas, a quien acusaban de un crimen que no cometió y tuvo que salir huyendo, dejando al amor de su vida. Tiempo después, llegaba al mismo lugar, un maleante llamado Javier Dupra, cuyo parecido con Gerardo Rojas era sorprendente. Cuando Velia lo vio, creyó que se trataba de Gerardo. Y cuando supo que no era su amado, de todos modos, aceptó casarse con él, ya que le recordaba mucho a Gerardo.
Y, entonces, vuelve Gerardo, dispuesto y preparado para demostrar su inocencia y se encuentra con que su amada ya está casada con Javier. Entonces decide, para estar cerca de ella, aceptar un trabajo que le ofrece Javier, quien, como dije, era un maleante dedicado a negocios turbios. Como son tan parecidos entre sí, prácticamente una copia, el trabajo que le ofrece Javier es el de suplantarlo en los negocios a los que él no puede acudir personalmente o que representan peligro para él.
Manda a hacer una copia de todo: identificaciones, carro, ropa. Todo. De tal manera que no hay forma de saber de quién se trata: si es Javier o Gerardo. Lo único que los diferencia, es que Gerardo fuma en pipa, mientras que Javier prefiere cigarrillos. Pero, fuera de este detalle, no hay manera de saber quién es quién. Así que Gerardo se pone a trabajar y empieza a cortejar nuevamente a Velia, sin decirle que es Gerardo. Y sólo recibe desdenes de ella, quien ignora este hecho y cree que se trata de Javier. Estos desdenes hacen muy feliz a Gerardo, quien se convence de que Velia lo sigue amando como él a ella. Y decide decirle la verdad, llegando el momento oportuno.
Sólo ”El Picado”, lugarteniente de Javier, sabe de la existencia del doble. Y, en cierta ocasión en que Javier manda llamar a Gerardo para pagarle sus servicios, pues decide que éstos ya no son necesarios, Gerardo llega a la oficina de Javier y encuentra a los dos. Javier le paga lo convenido y lo despide: le agradece sus servicios y le informa que decidió prescindir de él. Gerardo desconfía, pues para realizar su trabajo de doble, tiene que enterarse de todos los negocios chuecos de Javier. Pero no lo da a notar. Sale de la oficina, pulsa el botón del elevador, espera a que cierren las puertas y se haya ido. Pero, antes de que cierren las puertas, sale del elevador y se acerca a la oficina de Javier. Y escucha los planes que tienen. El picado le pregunta a Javier, qué quiere que haga con Gerardo. Liquídalo, es la respuesta de Javier. Esta historia termina cuando Gerardo se hace pasar por Javier y le da instrucciones a El picado, acerca del lugar en que debe matar a Gerardo. Y entonces le dice a Javier que necesita verlo en ese mismo lugar, para entregarle una información muy comprometedora. Acude Javier al lugar, en el que ya está El Picado. Y éste, creyendo que se trata de Gerardo, lo mata.
Cuento esta historia porque, era tanto mi amor por Milagros, que soñaba que ella, también perdidamente enamorada de mí, se ponía de acuerdo con mi hermana Elicia para suplantarla, a fin de estar junto a mí, el amor de su vida. Y yo creía que mi hermana no era tal, sino mi amada Milagros, haciéndose pasar por ella, al igual que en la historieta que compraba cada semana mi hermana Estela, cuya aparición esperaba con ansias. ¡La imaginación de un niño no tiene límites!
Esta es la 3/a. Parte del Cap. III de la novela que narra la vida y hechos de Marcos Romano. Gracias por continuar leyendo.