Hoy volví a abrir mis ojos, tapé mi cuerpo congelado y sentí nuevamente a mi corazón vacío latir. Entré a la ducha y pensé en lo que ronda siempre en mi cabeza. Mientras las gotas de agua recorrían mi cuerpo herido, terminaron en el suelo, miré mi reflejo en el agua y no pude contener las ganas de observar bien al espejo, así fue.
Luego toqué y contemplé cada parte de mi rostro que había decidido no ver en días para evitar la nostalgia, parecía tan pálida la piel, mis ojos eran tan hundidos debido al desvelo de cada noche por no poder conciliar el sueño. Lavé mis dientes sucios de chocolate y de demás alimento que había consumido una noche antes, coloqué crema en mis manos, brazos, piernas y pies, se sentía tan callosa y descuidada. Las cicatrices en las rodillas y nudillos me hicieron regresar a mirarme nuevamente, ahora sentí ganas de llorar, pero contuve las lágrimas.
La falta de tiempo me hizo apresurarme y detener el llanto, para que lo hinchado de mis ojos pudieran desaparecer antes de hacer contacto con las personas. Tomé la ropa y me la puse, mi cabello mojado la hizo humedecer, mi pecho y espalda también. Cepillé mi cabello y contemplé cada uno al caer al suelo. Coloqué las calcetas en mis pies y se deslizaron hacia abajo de lo gastadas que estaban. Me puse los zapatos y sentí nuevamente el dolor de mis talones. Puse todas las cosas dentro de la mochila, la colgué de mis hombros y abrí la puerta lo mas silenciosamente posible para no interrumpir el sueño de los demás y para evitar ser menos impertinente y latosa.
Llamé a mis acompañantes y saludé tranquilamente como suelo hacerlo, mientras todo lo anterior se ocultaba dentro de mis pensamientos y mi sentir. Salimos finalmente y vencí las ganas de regresar, la preocupación regresó a mí y nuevamente, mi frialdad salió a flote para camuflajear mi extrema sensibilidad y mi sentimiento de soledad.