Hace ya mucho tiempo, un joven llamado Dako fue hechizado por una cruel nigromante, Selynn. El hechizo de Selynn consistía en que aquel joven viviría para ella, sería su esclavo, escudo, arma y protector; si este no vivía para ella, perecería.
Cómo fue que Dako, un joven afable, altruista y abnegado, terminó en ese embrujo; pues Dako, a pesar de todas sus cualidades, era apocado y declive, rondaba solo y un día en su sendero de soledad encontró a la nigromante, quien se mostraba hermosa y amable: Dako, ignorante y llevado por el impulso de la compañía, no se percató de que esta practicaría un conjuro en él; ella le pidió que besase su mano y prometiese que viviría para ella, por siempre y para siempre, que de no ser así moriría.
Dako solo quería dejar la rutina y salir del aburrimiento, a él solo le pareció un juego; así que no le prestó importancia y recitó con su voz aquella promesa. Inmediatamente el conjuro se cumplió y ya era tarde cuando reflexionó que era un engaño y Selynn era una nigromante.
Durante muchos meses, quizás ya un par de años, Dako obedecía todo lo que Selynn ordenaba. Dako nunca protestó, pues su vida se encontraba en jaque; él le servía, la satisfacía, estaba ahí siempre que ella lo necesitaba, hacia los arduos y complejos trabajos, iba en contra de sus principios y humanidad con tal de obedecerla.
A Selynn siempre le fastidiaba que Dako no se sublevara contra ella, de tal forma que más obstinada e impía se comportaba con este; al pasar el tiempo, se dio cuenta que aquel joven era bueno y con un corazón fuerte, pues a pesar de que la obedecía nunca dejó de tener sentimientos, o de suspirar melancolía. Selynn empezó a comportarse más amable e indulgente con él, poco a poco encontró confianza en él y empezó a sentir amor.
Dako conservaba sus emociones y, ya dicho, sentimientos; así que empezó a disfrutar del hechizo, cada vez se sentía más cómodo y empezó a quererla, a disfrutar la presencia de Selynn.
En un ocaso, Dako dejó al descubierto su amor, al igual que Selynn.
Selynn sintió el placer de tocar sus labios con los de Dako y presenciar en medio de aquel paisaje el más profundo y sincero de los besos; ambos se despojaron de sus prendas, el sentido del tacto se hizo más fuerte que nunca y tanto Selynn como Dako se estremecieron de placer, Dako disfrutaba el hermoso e indescriptible cuerpo de Selynn, en ella deposito todo su amor, Selynn se retorcía en orgasmos y afecto, su cuerpo estaba a niveles de excitación que nadie podría soportar. Juntos hacían el amor con lucidez y arte en él, lo hicieron hasta caer dormidos dominados por la lujuria y el goce.
A la mañana siguiente, el cielo lloraba, el aire exclamaba aullidos de pasión y dolor, tan fuerte tempestad que Selynn despertó; asustada intentaba detener aquel armagedón, pero no lo lograba, intentaba despertar a Dako, pero este ya no vivía, al intentar despertarlo notó que su luz se desvanecía en medio de tal ruina, tal destrucción. Piedras, ríos negros, colibrís echados a perder.
Las lágrimas de Selynn eran de sangre, sus gritos de dolor, más que desgarrarle la garganta, le destruían su corazón; pues ella era la culpable, ella con su amor asesinó a Dako.
Pues el conjuro muy bien decía que Dako debía vivir para ella; una vez se enamoraron, Dako ya no vivía para ella, Dako vivía por ella; así, el conjuro hizo efecto y Dako pereció.
Selynn, con Dako en sus brazos, y lágrimas rubíes que salían a cántaro de sus ojos, atrajo hacia sí un feroz rayo que atravesó su pecho y acabó con su vida. Durante ese momento, en el rostro de Selynn se esbozó una sonrisa melancólica, pues guardaba esperanzas de encontrar a su amado.