Tengo miedo de vivir, de seguir hacia delante, temo encontrar aún más encrucijadas que afrontar. Temo tener que consolarme a mí mismo de nuevo, el sinsentido me domina.
El amor… digo no creer en él, pero a la vez no se imaginan cuánto deseo “estar” con alguien, soy una viviente contradicción. Sé que a mi edad todo esbozo de amor o cualquier cosa que se le parezca es totalmente imposible, sé que nada de lo que comience a mi edad durará más que un suspiro. Aunque lo sepamos todos de antemano y lo ignoremos adrede, ninguna relación durará eternamente.
“La magia del amor reside en su imposibilidad”, escribía y afirmaba hace unos meses. Luego de unos años o incluso semanas si se trata de un “amor” adolescente, la magia se pierde, lo que antes deseábamos e idealizábamos con todas nuestras fuerzas, se vuelve cotidiano. Lo brillante se vuelve de pronto opaco, lo antes especial, ahora vulgar ¿Qué hace el hombre que obtuvo todo lo que quería? No, no fue feliz, sino que miró a su alrededor y se percató de todo lo que aún le faltaba, de todo aquello que ahora codiciará con todas sus fuerzas.
En pocas palabras siempre hay un escalón más arriba al cual subir y codiciar, es por ello que el amor no dura, todo se desvanece y nuestros horizontes se amplían.
¿Quince años y declarándonos enamorados? No es amor lo que un adolescente siente, sino que deseo, un intenso sentimiento de placer para con la otra persona a la cual se codicia. Simplemente es aquello mezclado con una visible falta de cariño producida por perder el afecto de nuestros padres, y para recuperarlo y paliar aquellos sentimientos de soledad, intentamos combatirlos con una extraña amalgama de placer sexual y cariño obtenidas de un ser que desea lo mismo.
Matías y Ricardo son un ejemplo de ello, personas que aunque muy diferentes, deseaba sexualmente y veía en ellos lo que a mi me faltaba. Es gracioso pero ahora me siento feliz, al no poder concretar mis deseos y sentimientos por ellos decidí buscar por mi mismo lo que envidiaba de ellos, en el caso de Matías, libertad y seguridad en mi mismo. Por otro lado veía en Ricardo mi inferioridad intelectual, al fín me topaba con una barrera ante la que no podía competir, y eso me encantaba. Deseaba de pronto hallarme entre sus brazos y en especial de él añoraba el cariño que tanto me faltaba por aquellos tiempos. Soñaba incluso literalmente con el protector abrazo que nunca llegó.
Mi visión del amor puede ser fría y fatalista, pero en realidad llena de camuflada y envidiosa calidez.