Y vi tus ojos pequeños por primera vez. Y no supe más de mí. Quedé ahí, prendado. Sosteniendo tus deditos mínimos, esperando sólo para verte suspirar.
Te sostuve en mí, y acercaste tus labios, rozando con tu sueño mi cuello que temblaba al oírte descansar.
No quise acostar toda la felicidad en mi lecho, y te acuné en el tuyo, muy cerca mío, mi altar.
Te besé entonces en la frente, y a tus pies desde ese entonces, descanso, para que me digas algún día, papá.