Y, ¿Qué opinó tu mamá cuando se enteró de tu decisión?
Al principio, no pareció muy feliz. Ya en una ocasión anterior la había visto así, cuando le comuniqué mi orientación sexual. Recuerdo que, en ese entonces, se enojó y me “recomendó” que volviera al buen camino. Dijo que quería verme salir de blanco de la iglesia, casada con un hombre. Y que quería que yo le diera nietos; dijo que quería ser abuela. Pero, ahora había otro factor más que le preocupaba enormemente: Clarissa le habló por teléfono y le contó pestes de Martín. Le dijo que él era un tipo violento, alcohólico y maltratador de mujeres, capaz de matar a quien se le pusiera enfrente sin preguntar; junto con otras lindezas que la tenían al borde de la desesperación y del colapso. No sé si sepas que mis papás viven en Ciudad Juárez; pues bien, Clarissa le dijo a mi mamá que ella “temía por mi seguridad”, pues, al estar casada Paty, me exponía al peligro de que su esposo se diera cuenta de nuestra relación, ante lo cual, lo más seguro era que él reaccionara violentamente, por lo que se hacía necesario que viniera a rescatarme de las garras de la muerte; con otros chismes más que mi madre se negó a decirme. El caso es que esa llamada le puso los pelos de punta; me habló y me preguntó si era cierto lo que Clarissa le había contado. Y es que mi mamá sí la conocía, pues fui yo misma quien la llevó a casa de mis papás; recuerda que nuestra relación duró once años. Yo estaba demasiado contenta y así se lo hice saber, pero parece que no me creyó mucho, pues no pasó mucho tiempo antes de que se apareciera por la casa, en compañía de Brenda, una de mis tías. El pretexto perfecto fue que venían a mi examen profesional, lo cual sí era cierto, pero aprovecharon la oportunidad para corroborar o descartar lo dicho por Clarissa. Y, sucedió lo que siempre sucedía cuando alguien conocía a Martín: se “enamoraron” de él. Pudieron ver con sus propios ojos que nada de lo que mi “ex” les había dicho era cierto y que yo estaba muy feliz en compañía de los dos, por lo que, después de eso, se regresaron a Ciudad Juárez, muy contentas y muy tranquilas.
Gracias por hacerme conocer esta parte tu vida; me ha sido de gran utilidad para entender un poco, la relación tan especial que mantuvieron. Ahora, me gustaría saber lo que pasó con Paty. Te lo pregunto porque no lo sé; no pienses que me he pasado la vida, al pendiente de la de ustedes. Llegó el momento en que tuve que cortarme el cordón umbilical y empezar a vivir la mía propia.
Fuimos muy felices los tres juntos, en esa relación nada ortodoxa, como bien has mencionado. Hasta que apareció ese mocoso infeliz con sus diez toneladas de muerte sobre ruedas, en 1996. No quisiera recordar, pero lo recuerdo como si hubiera sido ayer: tuvo una muerte muy violenta; relampagueante y rápida. Cuando menos, creo que no sufrió; apenas sí se dio cuenta. Empezaba a anochecer y estaba lloviendo. Ese día habíamos ido de compras y estábamos saliendo del centro comercial. Las condiciones de visibilidad eran pésimas, pero, no obstante, ese mozalbete manejaba el camión urbano con las luces apagadas, por lo que, cuando vio a Paty, era demasiado tarde. Después, dijo que manejaba así porque eso le permitía ahorrar diésel; no sé quién demonios le dijo eso. Pero, ya el daño estaba hecho. Ya sólo quedábamos, Martín y yo.
¡Dios Santo! No sabía que había muerto y, menos aún, en circunstancias tan violentas. En verdad, lo siento mucho. Recibe mis sinceras condolencias, por partida doble. Quisiera no tener que darte ninguna, pero no podemos cambiar lo que ya sucedió.
Lo sé, amiga; lo sé. Gracias. No tienes de qué disculparte; nada de esto es tu culpa. Creo que lo importante es que, ambos vivieron sus vidas al máximo y disfrutaron experiencias únicas: experiencias que la mayoría de la gente, desconoce.
Es cierto. Lo único que lamento, es haberte conocido en estas circunstancias. Creo que pudimos haber sido excelentes amigas, al margen de nuestras situaciones.
Sin duda alguna, amiga; sin duda alguna. Pero uno no escoge las eventualidades por las que pasa; al menos, no de manera consciente. Soy yo quien tiene que agradecerte esta visita, aunque no sea en las condiciones que hubiéramos deseado. Y, si no dispones de alguna otra cosa, vamos, que ya el féretro espera.
Gracias a ti, amiga, por escucharme y no juzgarme ni condenarme. Sí, vamos.