Durante el transcurrir de los años, en alguna etapa vivencial experimentamos sufrimiento o decepción, que nos marcan hondas huellas.
Resolvemos entonces convertir indolente a nuestro corazón, como una protección y recaudo automático para evitar una próxima caida o dolor.
Sin embargo cuando piensas que nada puede penetrar tu coraza o muralla, basta un rayo de luz inexplicable en tu vida, a través de una sonrisa de un niño, un resplandeciente amanecer o una sutil palabra de cariño, el color de una hermosa flor, para renovar e iluminar nuestro espíritu, que como regalo divino te es ofrecido.
Descubres entonces que nadie es ni lo suficiente ni totalmente rudo o malo, aunque se lo proponga, siempre habrá aquello que sensibilizará tu corazón, te de aliento de vida e iniciar una nuevo punto de partida, mas cautos si, pero siempre humanos.