Según el diccionario, el blues, intenta expresar algún sentimiento, más que narrar una historia. Por tal motivo es que he deducido, que si tal género evoca un sentimiento, por lo tanto, éste toma forma humana, por eso es que insisto en que lo he visto. Porque toma forma.
Pasaré a dar ejemplos, de lo que mi órgano cerebro y órgano “corazón” (por ubicarlo en algún lugar físico), ha elaborado.
Lo he visto, en la mirada de mi padre cuando lo descubría semi perdido, (o encontrándose, quién sabe) en si mismo, en su sillón frente a la televisión que sólo le servía de camino a su propia instrospección, allì de fondo o emitiéndola él mismo, suena una pieza de blues.
He visto, he visto, en el cuerpo de mi madre, cuando camina por la casa con las manos en la cintura, recorriendo cada ambiente como si los estuviera viendo por primera vez, como si nadie más estuviera allí. Es en ese instante, en que veo otra vez esa música dulce, sensual, melancólica, evocadora de un pasado tal vez mejor, e impulsándola a llegar a sabe quién qué conclusiones que nunca revelará.
He viso el blues en el sufrimiento del hombre obsesivo que cree estar enamorado, lo he visto en su cuerpo, su mirada casi de padecimiento muy en el fondo, en su violencia, en su indirecta forma de pedir ayuda y admitir que se trata solo de sufrimiento.
He visto el blues en mi propio rostro reflejado en el espejo, y en la conjunción que se arma entre mi rostro y las fotos que lo enmarcan, las que inconscientemente he colocado en cada lado del espejo. Allí, en esa imagen, que mi cerebro interpreta como real y le da forma, suena un blues. Está allí, en mi mirada hinchada, en las lágrimas, en la marihuana y su creatividad, en las benzodiacepinas y su capacidad para transformar la angustia natural en una angustia voluntariamente autodestructiva y evasora. Allí, en mi mirada de yo no soy yo, veo el blues, como emana, con sus acordes que le dan sentido a las formas, que dice sin decir, que ambienta la situación y hasta resulta erotizante, sensual y melancólico. Porque lo sensual es el blues, es la melancolía, es la pasión, es la tristeza, es la enfermedad y la nostalgia. El blues, es un antagonista a las formas de felicidad, de alegría, de exaltación.
El blues, hace su presencia en mi día a día, análogo a un fantasma, intangible, tal vez, pero visible.
Y cómo dejar de lado, cuando lo veo, insisto, lo VEO, en la cara de Sofía hace unos días atrás que sin hablar, ya me dijo que tenía el corazón roto, en la mirada de indignación, de “mea culpa”, de extrañamiento, de desorientación.
Y cómo dejar de lado, cuando lo veo, en un día nublado, o en la lluvia, en un pobre maloliente pidiéndote compasión y dinero, en un borracho, en el sauce amputado y muerto de mi jardín, en mis platos sucios de semanas luego de una muerte, allì en esos platos, en esa mugre, en esa suciedad está el blues, en mi pelo grasiento a causa de la falta de voluntad, también suena otra pieza, en los antidepresivos en forma de pastillas, que traen consigo implícitamente un salto en caída libre al blues, al compás de la dependencia que éstas generan, a su deformación de los sentimentos y la realidad.
Lo he visto en la mirada del psiquiatra, que esconde, quien sabe, hasta mayores padecimientos que sus propios pacientes, allí también lo veo, lo escucho, está, tengo pruebas de esa existencia, la prueba de mi propia visión.
Lo veo en el amanecer después de una noche de fiesta, que trae consigo la inevitable, insoportable sensación de que lo bueno se terminó.
Lo he visto en los velorios, uff, allí sí que suena el blues, y termina una pieza y empieza otra, y así sucesivamente hasta que el velorio termina, y cada uno se lleva una pieza a su casa. Algunas más dinámicas, otras más lentas y tristes y otras que nunca acaban.
Lo he visto en el rostro de la única mujer que dijo estar enamorada de mí, en esa expresión de “me estás rompiendo el corazón”, ella fue una pieza de blues por unos días, cuando sanó, qué se yo, supongo que comenzó a emitir jazz, hasta una vez recuperada totalmente del desamor se haya transformado en una alegre canción de Jack Jhonson.
Lo veo en el humo que emana el cigarrillo en la noche, como queriendo decir algo con sus formas abstractas, en la lapicera y mi hoja en blanco.
En una pareja discutiendo en la plaza cuestiones ya sin sentido, y observando que sólo uno de ellos está llorando y el otro explicando algo eufóricamente sólo para poder huir rápido, y yo de este lado de la ventana de mi auto observando y escuchando otra vez la música que de esa escena se desprende y la veo.
Lo veo en los rostros de los que viajan solos en avión, en los extranjeros cuando ya no saben qué explorar y se sientan a descansar de sí mismos y de tanto estar con ellos mismos.
Lo veo en el cambio de las estaciones, especialmente en la transición del verano al otoño. Se vé, en los árboles, en el ánimo de los conductores, que aminora, que se apacigua esa violencia que impone el verano, para darle paso a la nostalgia que trae ver que todo comienza a marchitarse.
Lo he visto en los enfermos psiquiátricos, ellos emanan blues a más no poder.
Lo he visto en algún que otro perro de la calle, hambriento y huesudo.
Lo he visto en la mirada de los viejos que parecen tener la respuesta a todas las preguntas de este mundo pero dispuestos a no revelar nada.
Lo he visto en las camas de hospitales, de los arrepentidos y desesperados que yacen allí recostados, en busca de un perdón de vaya a saber uno por parte de quién o qué.
Lo veo en este momento, en mi vaso de vino, que ha sido vertido allí, no por un motivo de celebración, sino como una puerta a esa sensibilidad que se experimenta sólo cuando se consume alguna sustancia, que no porque sea provocada deja de ser menos real y sentida.
He visto el Blues.