Tienen una extraña razón para hacer lo que hacen, de hecho, tienen muchas; esa es la satisfacción propia.
Desde que tengo uso de memoria siempre he estado acompañado de seres humanos despreciables, personas que solo ven por su propio bien y no les importa hacer daño a cualquiera que esté a su alrededor, indiferentes, hipócritas, desagradables hasta el punto en el que desearías que jamás hubieran nacido; irónicamente, no puedo evitar terminar emparejado, no importa cuál sea el caso, tal vez porque mi naturaleza es como la de ellos pero no quiero aceptarlo, o tal vez por que mi destino es aprender a ser como ellos y dejar de ser tan blando como lo he sido hasta ahora.
En fin, como dicen por ahí, “los opuestos se atraen”, es la frase por excelencia en el aspecto social de mi vida, y si hablamos del sentimental, ni se diga.
Hace unos meses terminé una relación que duró un año. Mientras me encontraba con esa persona me di cuenta de algunas cosas; la primera de ellas es que mientras más te esfuerces en tratar de hacer feliz a alguien y estés dispuesto a sacrificarte a ti mismo para que ambos salgan a flote de toda la porquería que los rodea, te estas convirtiendo en el pilar que los sostiene.
Al parecer ella lo entendía perfectamente, pero en cambio, yo tuve que esperar hasta que se cansara de mí, de mis atenciones, amabilidad, detalles, sutileza y calidez.
Y no, no estoy sobre valorándome y adjudicándome virtudes que no tengo, sucede que cuando existe infidelidad en una relación amorosa, se busca la manera de como auto-flagelarse, siempre y cuando uno sea la víctima, en mi caso, tristemente así fue.
Me destrozaron el corazón en mil pedazos y no hay manera de repararlo ni con millones de abrazos, a ese par de inconscientes no les importó dañarme en lo mas mínimo. Hicieron de mi un desastre, principalmente ella, quien orquestó toda esta obra dramática, una vil farsa protagonizada por la gran ramera y “el ciego” Lázaro, que terminó con un final fatídico y triste, melancólico en extremo que dejó a Lázaro taciturno hasta la médula, con un gran odio recorriendo cada fibra de su cuerpo, lamentándose una y otra, y otra vez por sus decisiones cada día al despertar y cada noche al dormitar.