Sin lugar a dudas, “La Divina Comedia”, de Dante Alighieri, es una obra literaria que debe ser releída una y otra vez a lo largo de nuestras vidas, muchos de sus pasajes nos dejan enseñanzas para el resto de nuestro camino, por lo que, cada vez que lo leemos, entendemos una parte más de esta magnífica obra. Hoy, me ha motivado escribir un pequeño fragmento de la misma en el que se menciona a los indiferentes, pues considero que el mundo se está inundando de este “tipo” de personas, y, por lo tanto, buscaré realizar una pequeña reflexión sobre el tema.
Al entrar al Infierno, Dante, guiado por su maestro Virgilio, horrorizado por los suspiros, quejas y profundos gemidos, le pregunta a este último quiénes son esos a los que acongoja el dolor, y este le responde:
“Esta miserable suerte está reservada a las tristes almas de aquellos que vivieron sin merecer alabanzas ni vituperios: están confundidas entre el perverso coro de los ángeles que no fueron rebeldes ni fieles a Dios, sino que solo vivieron para sí. […] El mundo no conserva ningún recuerdo suyo, la misericordia y la justicia los desdeñan”.
Así, castigados por la picadura de las moscas y avispas que hacían correr por su rostro sangre mezclada con lágrimas, que caían a sus agusanados pies, los indiferentes estaban condenados eternamente a vivir en la puerta del Infierno, por no haber vivido, por no haberse jugado por nada, por ser aquellos que, en definitiva, vivieron “arriba del muro”.
Volviendo al dramaturgo irlandés, George Bernard Shaw, podemos encontrar una excelente frase que resume a la misma, escribía: “el peor pecado hacia nuestros semejantes no es odiarlos, sino tratarlos con indiferencia: esa es la esencia de la inhumanidad”, en realidad, nada más acertado, la sociabilidad es una característica intrínseca en el hombre, no sentir nada por nadie es romper con lo que nos hace humanos, alejarnos de todo, transformarnos en monstruos que viven solo por sí mismos, y no se inmutan por nada. La indiferencia, de esta manera, se transforma en el peor de los males de la humanidad, porque nos corrompe desde lo más interno de nuestro ser, nos hace apáticos, displicentes, insensibles; y esto, inevitablemente, nos lleva a permitir los peores males, a convivir con el peor de los castigos, con los mayores tormentos, a permitir el dolor y el sufrimiento de otros, siempre y cuando, “no me afecte a mí mismo”, olvidando, que, si permito que suceda algo a otro, esto me terminará afectando.
Enseñaba Aristóteles a Nicómaco: “estúpidos es necesario llamar a los que no se encolerizan en presencia de cosas que deben producir una verdadera cólera”, es precisamente con este pequeño fragmento, que entendemos que el propio Aristóteles ubicaba a la indiferencia en los extremos, nos aleja de la vida virtuosa, de alcanzar la verdadera felicidad, por lo tanto, nos llama a encontrar en la “mansedumbre” al término medio.
Ser indiferente es, también, caer en la “inutilidad” a la que refería Pericles cuando le hablaba a sus conciudadanos, en el Gran Ofertorio, dedicado a los atenienses caídos en la Guerra del Peloponeso, temática de la que ya he reflexionado anteriormente. La indiferencia devasta a la democracia, destruye el pilar fundamental de la participación ciudadana, y es el germinador más potente para que broten las semillas más oscuras, corrupción, violencia, dolor, abusos de poder, en fin, cientos de males que encuentran en ella un cobijo para crecer hasta que es imposible derribarlos.
Señores, luchemos contra la indiferencia arduamente, evitemos perder la humanidad, que se desmantele a nuestra sociedad, tomemos partido por las causas que nos atraigan, embanderémonos con nuestras ideas, defendamos aquello en lo que creemos, expresemos nuestros pensamientos, profesemos la empatía y la tolerancia, discutamos y debatamos sobre los temas que hacen a nuestra vida común, siempre con mesura y respeto a las opiniones de nuestro “adversario”, contrincante, de turno.
Sin importar la ideología que profesemos, las ideas que carguemos, mientras no invoquen odio o violencia, como siempre lo digo; salgamos a expresar en lo que creemos, a socializar, a hacer y sentir algo por el prójimo, evitemos estar en esa odiosa “posición” de no jugarse por nada, de estar constantemente arriba del muro.
LA INDIFERENCIA NO ES PROPIA DEL SER HUMANO, HAY QUE COMBARTIRLA ENTRE TODOS.